A cuatro kilómetros al suroeste de su centro, la “Gran Sultana” esconde un secreto gris: “La Joya”, el vertedero de cuatros manzanas de extensión que debió ser removido del lugar hace 20 años de acuerdo a una recomendación de autoridades sanitarias, pero que ningún gobierno local ha tomado en serio. 

La propiedad se convirtió en el botadero municipal hace 30 años y es alimentado todos los días con cerca de 85 toneladas métricas de desechos que a diario llegan a dejar unos siete camiones recolectores que recorren el mercado, parques, calles, y hogares de la ciudad colonial. Funcionarios del Ministerio de Salud, Minsa, dijeron en 2004 que el botadero contamina en exceso porque no había –  como tampoco hay en la actualidad– un manejo ordenado de los desperdicios. 

En este lugar, donde azota el inclemente sol y polvo de esta temporada seca de verano, trabajan más de 50 personas en su mayoría mujeres que se dedican a la  recolección de desechos sólidos, como papel, plástico, cartón, aluminio y cobre. Estas personas llegan a obtener un  promedio de 3 mil córdobas en un buen mes por la venta de este tipo de materiales.  

Lo que logran, sí, ni siquiera llega a la cuarta parte del costo de la canasta básica del país que en enero reciente cerró a 19 mil 855 córdobas con 77 centavos, pero admiten, que es la única alternativa de sobrevivencia con la que cuentan. “No es un trabajo fácil, pero es que tampoco hay opciones, esto es lo que hay”, dice la granadina de 44 años, Mariela Castillo. 

La lucha por el plástico, el cartón y el aluminio 

Castillo señala además que en la recolección, deben competir con los trabajadores de la comuna que también “le sacan partida” a los desechos afectando su supervivencia. “Es como una competencia injusta”, dice Castillo. “Esa gente recibe su salario, tienen asegurado los frijolitos y nos quitan el nuestro”, se quejó. 

“Cada día –agregó– se nos hace difícil encontrar entre la basura el material reciclable para la venta. Los trabajadores de la alcaldía vienen acopiando durante el recorrido de los camiones de basura; las botellas de plástico, aluminio y el cartón. A veces no llega nada que nos sea útil”, señala. 

La recolectora explica que hay días tan buenos que pueden llegar a acumular de 150 a 200 córdobas en material reciclable, pero también enfrentan días en que no logran “ni una onza”. “Hay veces que no hacemos ni un peso y es un día terrible porque aquí (en este país) uno va coyol quebrado, coyol comido”, dice Castillo. 

Ven “palacios” de largo. 

Desde el basurero a cielo abierto los recolectores pueden ver a los lejos las cúpulas de la catedral, las torres de las iglesias coloniales y el techo de algunos antiguos palacetes, propios de esta ciudad.  Están conscientes que mientras ellos buscan la vida entre los desperdicios, hay turistas recorriendo las calles del centro,   admirados por una de las primeras ciudades fundadas por los españoles en la América colonizada. 

Aunque pocos de ellos pudieron terminar la escuela debido a que crecieron en casas de escasos recursos, dicen percibir la ironía de la vida en esta ciudad. “Aquí (en el vertedero) reina la pobreza, la suciedad y el mal olor. Allá (en las avenidas) uno ve lo bonito y eso a los extranjeros les fascina, pero aquí hay otro mundo”, comenta Patricia Morales, otra recolectora. 

Morales dice que además de cartón, aluminio y plástico, varios de sus hijos buscan entre la basura mochilas, bolsos o carteras que se encuentren en buen estado o que aguanten una “reparación” para venderlas a comerciantes del mercado de Masaya. 

“Los comerciantes los reparan y los ponen a la venta como productos de segunda. Hay piezas que solo les hace falta un zipper, una costura. Es posible que nos paguen  de 20 a 30 córdobas por cada pieza”, explica Morales. 

Lugar insalubre pero… 

A pesar de la insalubridad del lugar por los desechos orgánicos que atrae a moscas, el exceso de polvo y gases por quemas, Lucía Martínez llega todas las mañanas con su pequeño carretón a  ofrecerle a los recolectores comida y refrescos, a precios  favorables de hasta cincuenta córdobas el plato.

“Muchas familias de los barrios El  Hormigón y San Ignacio, hemos heredado este trabajo de nuestros padres que por años, se ganaron la vida en el verdadero, al no poder lograr otra alternativa de ingreso, pero claro, deseamos que nuestros hijos no sigan este camino.  Al contrario, deseamos que tengan un mejor futuro”, remarcó Martínez con evidente tristeza.    

Con el  ingreso que logran los recolectores producto de la venta de material reciclable, es casi imposible que lleven a su mesa la carne de res que se cotiza en el mercado a más de 120 córdobas cada libra, o carne de pollo, cuya libra se vende hasta en 55 córdobas. 

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Muchos logran en “un día de suerte” –como le llaman ellos– esos productos en el vertedero. Contó Castillo que eso pasa, cuando llegan a dejar desechos los camiones de una empresa procesadora de alimentos muy conocida en esta ciudad. “Ellos llegan a botar las plumas de las aves que sacrifican dentro de la  planta, pero entre los desperdicios, se encuentran a veces piezas de pollo”, dice. 

El día que visitamos el vertedero para este reporte, fue un buen día para Julián Martínez. Una camioneta de la empresa llegó a dejar productos “defectuosos” pero comibles para ellos. “Estos pollos están buenos, me dijo el hombre (el conductor del vehículo que los llevó) que los sacaron porque no tienen el tamaño ni el peso adecuado para comercializarlos, por eso los mandaron a botar”, señala Martínez, quien muestra feliz el saco dónde lleva al menos cinco pollos que logró “recuperar”. 

“Todos llevamos, porque aquí se comparte todo lo que se pueda, sobre todo si se trata de alimentos”, dice sobre el tema, Flor González. “Siempre nos aseguramos de que todos alcancemos, porque todos tenemos familia, hijos que nos esperan en casa. El pollito ya es una comida diferente”, agrega González quien está cerca de cumplir 20 años buscando la vida entre las montañas de basura de este vertedero. 

“Ganarle a los zopilotes” 

Sobre este tipo de alimentos, personal de salud advierte que se exponen y exponen a sus familiares a alguna intoxicación que les cause algún daño gastrointestinal, pero ellos argumentan que la necesidad es mayor. 

“No le niego que hay miedo a alguna bacteria, pero hay necesidad, Dios nos ayuda, nos cuida y cuida a nuestros hijos”, se defiende González.  Muchos de los recolectores admiten que hay casos en que deben ser más rápidos que los mismos zopilotes (las aves carroñeros del lugar). 

“Lo que no te mata te hace fuerte y sí, a veces hay que ser más rápido que esos animales para escarbar y encontrar lo que nos sirve, hasta ese tipo de comidas”, señala la recolectora. 

También les llega caridad 

A este sitio, muchas personas llegan a obsequiar almuerzos, y refrescos como un gesto de solidaridad o como parte de alguna expresión religiosa. “Hay que compartir con los olvidados de la tierra”, dice la integrante de una iglesia que llegó a cumplir una promesa por “bendiciones recibidas a su matrimonio”. 

Para los beneficiarios, el gesto es como “un bálsamo en el mar de necesidades en que navegan”, porque ese día, son beneficiados hasta sus hijos, que llegan a comer un plato diferente, con ingredientes que no son del vertedero y recién hechos. 

“En este lugar trabajamos más de 50 personas y estamos  organizados, tenemos un coordinador, que se  encarga  de distribuir la  ayuda que pueda llegar, y nos alegramos cuando también se ven beneficiados más de cien niños que son parte de nuestras familias”, remarcó González 

El material que alegra a los recicladores 

Encontrar piezas de cobre dentro de la basura que llega al vertedero es motivo de alegría para estos recolectores, porque es el material de reciclaje mejor pagado. La libra de este material, la logran vender a un  precio de hasta 90 córdobas a los acopiadores. 

“Encontrar cobre dentro de la basura, es como si los pescadores llevaran en sus redes  langostas  y camarones, pero este material es difícil de hallarlo en la basura que viene en los camiones, porque como hemos denunciado antes, los trabajadores de la alcaldía los separan y se quedan con el para venderlos ellos, nos quitan el pan”, dice el recolector Luis Mendieta.  

Mendieta explicó que el otro material importante en la recolecta es el plástico. “Hay que lograr reunir la mayor cantidad posible en los sacos para garantizar el mejor ingreso a la semana”, dice.  

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Hace un tiempo, las familias que habitan cerca de “La Joya” se quejaban de la cantidad de basura que llegaban a botar carretoneros y camionetas en  el  trayecto hacia el vertedero, pero aseguran que este problema se solucionó, después de inspecciones y multas que ha impuesto la comuna de la ciudad. 

“Ahora el camino al vertedero es accesible. Esto facilita que las personas que llegan a realizar sus donaciones a quienes viven del vertedero puedan llegar con su vehículo a este punto. Aquí hay gente muy necesitada de todo, la basura no es un buen lugar para vivir, la verdad”, dice una de las recolectoras.

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