Por Café con Voz
La voz cansada a los pocos minutos de hablar. La mirada lenta y abotagada. El rostro lleno de hastío, con poquísimas e imperceptibles muecas de sonrisas y dos breves momentos en que se le notó un poco de energía. Así fue la opaca, gris y extraña celebración del Frente Sandinista de Liberación Nacional, con un Daniel Ortega cada vez más cansado y aburrido.
De aquellas concentraciones masivas y vistosas a costa de millones de córdobas del erario para rendirle culto a Ortega y su vicedictadora, Rosario Murillo, no quedó más que un deslucido acto casi íntimo, de no más de mil personas, la mayoría de ellas miembros de la Juventud Sandinista uniformados, con mascarillas color rojo y pañoletas rojinegras.
Mesa de Sancionados
La tarima, limitada a unas doce personas distantes a más de un metro entre sí, sobresalió más por la calidad de funcionarios ahí presentes: siete sancionados directamente por corrupción y violación de derechos humanos: Primer Comisionado Francisco Díaz, jefe de la policía al servicio de la dictadura; general Julio César Avilés, jefe sancionado del ejército sandinista; Gustavo Porras, sancionado jefe de la bancada oficialista en la Asamblea Nacional; Iván Acosta, sancionado ministro de Hacienda; Sonia Castro, asesora de salud y ex ministra sancionada de salud; Roberto López, presidente sancionado del Seguro Social y Rosario Murillo, vicedictadora sancionada por Estados Unidos y madre de los sancionados Juan Carlos Ortega, Rafael Ortega y Laureano.
La tarima estaba extrañamente al frente de un sospechoso círculo de sillas donde se sentaban los fanáticos uniformados del régimen, y frente a todos, una estrella de cinco puntas hecha de flores, plantas y ornamentos de madera y metal, que generó muchas suspicacias en el ambiente por su vinculación a prácticas de hechicería.
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Minimizando el impacto del virus
Todo ello en un clima opaco, húmedo, todos con mascarillas rojas, unas 400 personas aproximadamente, en la vieja plaza de la república, frente a la vetusta catedral de Managua y a espaldas del palacio presidencial que ocuparon los expresidentes Arnoldo Alemán y Enrique Bolaños.
Ahí, aproximadamente a las 5:30, el dictador Daniel Ortega inició hablando de cifras de muertes: del 11 de marzo al 30 de junio murieron por diferentes enfermedades unos 12,100 nicaragüenses.
Tras un largo y cansado tiempo de explicaciones sobre las causas de las muertes, Ortega minimizó el impacto de la pandemia al decir que de esos 12,100 muertes, solo 91 eran por coronavirus.
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Atacando al imperio
Errante en sus discursos, y enemigo siempre de los países desarrollados, Ortega acusó a las grandes potencias de “no proteger a sus naciones“ y casi celebró que la pandemia para ellos, era como un castigo divino: “la peor epidemia es la del capitalismo salvaje“ y la pandemia es casi “un castigo de Dios con la fuerza de la naturaleza, a los países desarrollados“.
Tras vacilar con cifras y datos de presunto desarrollo de su gobierno, declaró que su administración estaba “dando la batalla“ contra la pandemia, justificó a las fuerzas armadas de policías y ejército en la acusación de crímenes de lesa humanidad y abusos de violaciones de derechos humanos.
Chifletas al embajador Sullivan
Y se victimizó una vez más como sujeto de ataques del “imperialismo“. ‘
Una vez más, volvió al pasado para hablar de Sandino y de su muerte a traición por Somoza, en supuesta conspiración con Estados Unidos, momento en que aprovechó para lanzar una indirecta al embajador de Estados Unidos en Nicaragua, Kevin K. Sullivan.
“Ojo con los embajadores yankees“, dijo el dictador.
En sus peroratas lentas y aburridas, acusó a la oposición y a los organismos de derechos humanos de aliarse con el crimen organizado para atacar a las fuerzas armadas a quienes, según el dictador, le han provocado 400 asesinatos desde 1990 hasta abril de 2018.
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El dolor de las sanciones
De sus errores y abusos en los años 80, que provocaron según él más de 50,000 muertos, culpó a Estados Unidos y a los grupos políticos nacionales.
No anunció cambios en las políticas sanitarias contra el virus, tampoco medidas de apoyo social a las familias nicaragüenses y al contrario, prometió continuar su irresponsable política de “normalidad“ frente a la pandemia bajo el argumento de “defender“ el derecho del pueblo al trabajo.
Admitió que su régimen ha impuesto trabas al ingreso de nicaragüenses en el extranjero que buscan retornar al país y tras desahogarse contra el imperialismo, acusó recibo del daño que le provocan las sanciones de Estados Unidos, Europa y otros países a su círculo familiar y de confianza, las cuales calificó de “ataque brutal“ a la economía para hacerle daño al “pueblo“ y “desmoralizarlo“.
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Escenografía para una despedida
No admitió errores ni aclaró que las sanciones por corrupción y violación de derechos humanos son contra 22 funcionarios, instituciones represivas y negocios privados ligados a la corrupción de su familia.
Al final, mientras Murillo se esmeraba por mostrarse alegre y danzaba arrítmicamente, Ortega lucía cansado, hastiado de estar ahí; apenas se movía y tamborileaba los dedos de la mano como con aburrimiento sobre la mesa de la tarima, encorvado y pálido pese al maquillaje, y tras lejanos minutos de música para sus fanáticos que bailaban casi en coreografía, Ortega les decía adiós con la mano como en una despedida, la mascarilla roja otra vez puesta y como siempre, la mirada perdida, el ceño fruncido…