Voces en Libertad. Hace seis años, en abril de 2018, el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo, ordenó  sofocar protestas sociales con el uso de armas de grueso calibre. Los resultados según la CIDH: la muerte de 355 personas y más de dos mil heridos, al menos 600 mil nicaragüenses en exilio, mientras otra buena cantidad sufre destierro y es forzados a vivir sin patria.

Es abril en Managua y nadie olvida lo que pasó en 2018, pero quienes viven bajo la bota del régimen deben fingir que está olvidado. Callan, porque hablar puede llevar a la cárcel a cualquier ciudadano. En público, criticar las acciones del régimen es “pecado capital”. Es un país roto, aunque el régimen se esfuerza por transmitir que todo “está normal”. 

Después de aquel abril que para muchos fue el nacimiento de la esperanza en un país que creen debe cambiar, los represores prohibieron de boca primero y con leyes después, las marchas. Son ahora un delito.  En Nicaragua no existen los periódicos, abundan las radios musicales y las televisoras son obligadas a la transmisión de entretenimiento puro y noticias que para nada reflejan lo que verdaderamente pasa en el país. El país es una gran cárcel, bajo un severo Estado policíaco. 

Cansancio en vigilantes y vigilados 

Por estos días en el que todos tienen en la mente aquel abril, policías armados,  amenazantes, son vistos en las calles principales de la ciudad, la misma que hace seis años ardía en ira por los desmanes del régimen, pero se alegraba con la caída poco a poco de sus símbolos de fuerza y dominio. “Fue y sigue siendo un grito de libertad, la aspiración a un cambio”, dice Max Jerez, uno de los líderes universitarios de aquel movimiento de chavalos que creyeron estaban llamados a forzar el cambio. 

Los policías permanecen bajo el sol inclemente de estos días, unos solo de pies en una rotonda, otros de un lugar a otro en patrullas a veces o vehículos particulares. La mayoría son jóvenes. Se ven más flacos de los que son en trajes negros de la Direccion de Operaciones Especiales, DOEP y otros de celestes y azul, el uniforme que sus jefes corrompieron cuando les ordenaron disparar a civiles. 

Debajo de esos uniformes, el calor de abril les reseca la piel. No pueden ocultar el cansancio, la sed y el sueño. Igual que los vigilados, porque  no hay nicaragüense que no esté cansado, que padezca la necesidad de un cambio y que no desee dormir y despertar en un país diferente. “Todo esto se echó a perder”, dice don Walter, desempleado desde hace año y medio. Viene del mercado, de hacer compras con el salario que logra su esposa en una zona franca. “No hay trabajo y todo es caro, todo va mal aquí”, dice refiriéndose al país. 

Para mitigar las largas horas, los policías que vigilan las calles y  que permanecen de pie en lugares céntricos, buscan cualquier sombra natural o artificial que les  refresque. A algunos de ellos,  se les ve chateando en su celular, otros oyen música con sus auriculares, mientras cargan escopetas y fusiles AK-47 como un mensaje de intimidación a la ciudadanía.     

¿A quién vigilan? 

Ellos, los policías están ahí, apostados, casi aburridos, mientras la inseguridad ciudadana gana terreno en las calles del país.  La Policía se convirtió en el principal brazo represor de la dictadura desde aquel abril hace seis años y el principal cómplice de la delincuencia ciudadana que azota los barrios, después, porque no ha vuelto a su rol constitucional, se quedó a las órdenes de una familia que se cree es eterna en el poder: los Ortega-Murillo.      

En Managua, las rotondas fueron el punto de encuentro en 2018 para ir a una manifestación y demandar derechos al régimen, incluso exigirle que dejara el poder de una vez por todas. Para Lester Alemán, otro líder universitario que se convirtió en un rostro conocido en esa resistencia juvenil, la demanda de que Daniel Ortega se vaya, sigue tan vigente como cuando él se lo exigió “cara a cara” en la mesa de un fracasado diálogo nacional el 17 de mayo de 2018. “Es que no puede ser de otra forma”, dice. “La solución sigue siendo que él, Ortega, se rinda y deje el poder”, señala desde el exilio. 

Y tiene razón. El aire que se respira en Managua, no es de un país contento de cómo vive. La gente camina cabizbaja, abundan los rostros descompuestos, insatisfechos. El 76% en edad laboral, depende de la informalidad para vivir y el costo de la vida es alto. Según datos del estatal Instituto Nacional de Información de Desarrollo (Inide), la Canasta Básica llegó a costar en enero último 19.855.77 córdobas en un país dónde el salario promedio se sitúa en entre 8.000 y 10.000 córdobas. 

En el sector de El Zumen, al este de la capital de este país, se encuentra la rotonda «El Periodista», ahí, la ciudadanía protestó en los primeros días de abril contra las reformas al Seguro Social aprobadas la tarde del 17 de abril de 2018, que obligaban a los jubilados y pensionados a pagarle al Estado una tasa impositiva que les mermaba su precario salario de retiro, obtenido por toda una vida de trabajo y que en otros asteriscos del decreto, afectaba a empleadores y empleados activos a ese momento. 

En ese sitio, los taxistas de Managua se apostaron durante varios días para protestar por el alza del combustible también y en apoyo a los universitarios que se lanzaron a las calles en defensa de los ancianos jubilados, los que recibieron sendas palizas de gente del gobierno por protestarle a Ortega y a Murillo ante su cruel reforma social. 

Los universitarios no la pensaron. El 19 de abril, un día después de la represión contra los jubilados estaban en las calles, haciendo suyo el reclamo de los retirados. Se enfrentaron “a pecho abierto” a fuerzas policiales y parapoliciales que además de reprimirlos, fueron autorizados a disparar a matar. De pronto, todos los sectores sociales estaban en las calles, los estudiantes de secundaria, los médicos, los constructores, los campesinos y las madres y abuelas que llegaron a defender a sus hijos. La chispa, se convirtió rápidamente en un polvorín que estalló en todo el país. 

Cerca de la Rotonda de El Periodista, hacia el norte, a 400 metros se encuentra la Rotonda El Güegüense. Ahí también, los chavalos llegaron a agitar banderas y gritar justicia por los asesinados, que según la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, CIDH, llegó a los 355. Allá llegaron los manifestantes,  pero también policías y civiles armados. Las imágenes son inagotables, como lo fue el reclamo de esos días. “La gente sigue creyendo en abril, seguimos firmes, exigiendo justicia, exigiendo libertad y democracia”, señala Jerez. 

Rotonda de Metrocentro, la más vigilada

La Rotonda Rubén Darío, conocida también como la “Rotonda de Metrocentro”, está ubicada en el centro de la capital. Allá siempre hay una fuerte presencia policial. Es la más vigilada por agentes de vigilancia y patrullaje de la delegación “Ajax Delgado”, en conjunto con policías de tránsito. Se mantienen como dicen los capitalinos: “ojos, pestañas y cejas”, ante cualquier intento de protesta.

Esta rotonda es la arteria medular de la capital. Desde este punto, tomando la carretera en dirección al sur, se puede llegar a los departamentos de Masaya y Granada. Frente al costado sureste, se encuentra el centro comercial, un sitio que cuando el régimen prohibió las protestas, la gente se reunía para los que llamaron plantones exprés, que eran “piquetes rápidos” autoconvocados.

En septiembre de 2018, en el parqueo trasero de Metrocentro ocurrieron varias cosas; detenciones, golpizas y hasta la captura en marzo de 2019 del paramilitar identificado como Germán Dávila Blanco, que hirió a tres autoconvocados en Metrocentro al momento de su captura. 

Pero nadie olvida “el silletazo”. Un manifestante le lanzó una silla de un restaurante del centro comercial a un policía antidisturbios que lo agredía. “El silletazo” quedó grabado en videos captado por los clientes del centro comercial.

La Catedral, sus muros y el Estadio Nacional   

Al noreste de la rotonda “Rubén Darío”, se encuentra la Catedral de Managua. Este templo, abrió sus puertas a los universitarios que en abril de 2018, se enfrentaron a la policía del régimen.  

Producto de las protestas, la Catedral de Managua cerró los portones frontales, que están ubicados frente al centro comercial Metrocentro. A pesar de la fuerte presencia policial, el 31 de julio de 2020, un sujeto ingresó a la capilla de la Sangre de Cristo y lanzó un explosivo que calcinó la imagen del cristo crucificado, que tenía más de 370 años de existencia. Las imágenes son dolorosas. De la reliquia y su capilla solo quedaron brasas y cenizas.      

Con las protestas de 2018, este templo también fue profanado por las turbas sandinistas, quienes se lo tomaron por varios días, para impedir que las madres de los asesinados y de los presos políticos, exigieron justicia. Alla los fanáticos orteguistas, también agredieron a sacerdotes.

A 100 metros al norte de la Rotonda Rubén Darío, se encuentra el Estadio Nacional de Béisbol antes llamado “Denis Martínez”, hoy renombrado por el régimen como “Estadio Nacional de Béisbol Soberanía”. Pese a la enorme estructura moderna, el coloso luce “callado” en una zona de poco tráfico, la que solo se alborota con los conciertos de artistas algunos en el ocaso y otros poco conocidos, que las empresas de espectáculos organizan para el país con la venia de la dictadura.          

El coloso cambió de nombre en 2022, después que el exbig Leaguer Denis Martínez, renegara el uso del suyo en una obra pública que en el año 2018, fue utilizado por la policía y los parapolicías como cuartel. En la parte superior del edificio, se colocaron francotiradores del régimen, que acabaron con la vida de varios manifestantes en la marcha del 30 de mayo de ese año. Al menos ocho  jóvenes murieron tras el ataque del régimen. 

“La Rotonda de las cruces”

A unos cuatro kilómetros al sur de la Rotonda Rubén Darío, se encuentra la rotonda “Jean Paul Genie”. Hay excesos de policías y patrullas estacionadas alrededor también aquí.  De este lugar, salieron varias marchas kilométricas hacia el centro de Managua para exigir justicia sobre los asesinados de 2018. De acá partió la “Marcha de las Madres” del 30 de mayo. 

Durante los primeros días de las protestas, los ciudadanos colocaron más de 60 cruces con los nombres de los estudiantes asesinados por la policía del régimen. Las cruces fueron destruidas por fanáticos orteguistas, después y más recientemente, el gobierno mandó a remozarlo con plantas y otros ornamentos para borrar ese recuerdo. 

Esta rotonda tomó el nombre de Jean Paul Genie, porque el 28 de octubre de 1990, el joven de 16 años de edad fue asesinado por una lluvia de balazos de AK 47, disparados por la escolta de Humberto Ortega Saavedra, entonces jefe del Ejército Popular Sandinista y hermano de Daniel Ortega.  

Testigos de aquella época relataron en ese entonces, que el joven desatendió una señal de alto realizada por la escolta, los que en la paranoia de la época, terminaron con su vida con 51 disparos realizados. Por años, la familia de la victima pidió castigo por el asesinato.    

La imagen del Cristo,” pasconeada” 

A escasos kilómetros de la “Jean Paul Genie”, se encuentra la Iglesia Divina Misericordia, templo que en 2018 abrió sus puertas para resguardar a los universitarios que se habían tomado la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua, UNAN-Managua. Los manifestantes fueron desalojados a balazos del recinto, entre la tarde del 17 julio y la madrugada del 18 de julio de 2018.

Dos jóvenes murieron dentro del templo. El ataque de policías y parapolicías llegó a durar más de 12 horas. Testigo del ataque del régimen es el cuadro de Jesús de la Divina Misericordia, el que resultó con varios agujeros de proyectiles, al igual que las paredes del templo. La Iglesia está ubicada contiguo al recinto universitario. 

La universidad hoy es controlada por fieles al régimen Ortega-Murillo. En los pasillos del Alma Mater ondea  la bandera del Frente Sandinista. El recinto es celosamente custodiado por agentes del régimen y personal de seguridad interna que también militan en el partido. 

Hoy los universitarios tienen prohibido hablar de política y la mayor parte del tiempo, son obligados a asistir a foros y actos partidarios del Frente Sandinista.

UCA, la inteligencia sitiada y confiscada

La asaltada Universidad Centroamericana (UCA) está ubicada a 200 metros de la Rotonda Rubén Darío. Con las reformas al Seguro Social, los jóvenes de esta casa de estudio, fueron los primeros en protestar la noche del 18 de abril.

Cuando el régimen prohibió las marchas, los universitarios protestaron de distintas maneras dentro del recinto. En respuesta a la resistencia de los estudiantes, el régimen ordenó la presencia policial en las afueras del recinto para intimidar a los alumnos, quienes semanalmente protestaron de forma consecutiva hasta finales del año 2020.

Como represalia a las protestas, la dictadura ordenó al Consejo Superior de Universidades (CNU), suspender el seis por ciento constitucional a la UCA, con la finalidad de silenciarla y asfixiarla económicamente. Y en agosto de 2023, la dictadura la acusó de ser un “centro de terrorismo”.  Ordenó congelarle las cuentas bancarias y posteriormente anular su personería jurídica. 

Después fue confiscada y renombrada como Universidad “Casimiro Sotelo”. Muchos estudiantes se han ido de allá, porque dicen que funciona más como un centro de adoctrinamiento. “Lo que pasa es que no solo se trata de irse de la universidad, el país entero anda mal. Hay pocas oportunidades, el aire que se respira es tóxico, represión, persecución, nada está bien”, dice Alder, uno de los chavalos que desertó de esa  Alma Mater. “Aquí hace falta otro abril”, sentencia.   Dictadura desesperada por borrar abril, pero no lo logra

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