Un artículo de opinión publicado el pasado 9 de febrero, en La Prensa de Panamá, develó la percepción que algunos conocedores de la historia tienen sobre el posible desenlace del asilo otorgado por la dictadura de Nicaragua al expresidente panameño condenado por corrupción.
Se tituló “Ricardo Martinelli: el tiro por la culata” y lo firmó el periodista Rolando Rodríguez. Básicamente dijo que la decisión de Martinelli al buscar asilo en la embajada de Nicaragua en Panamá, era el equivalente a meterse en una jaula por un indeterminado periodo de tiempo.
Daniel Ortega, el dictador acostumbrado a alojar a delincuentes prófugos de la justicia en Nicaragua, debió leer la historia antes de hacer sus cálculos de que otorgando asilo a Martinelli, lo iba a librar del encierro. La historia de asilos y refugios en embajadas y sedes diplomáticas en América Latina, es tan antigua como compleja y no todos los que logran ingresar a una sede diplomática, tienen un final feliz.
Desde casos emblemáticos como el del exgeneral también panameño Manuel Antonio Noriega, hasta figuras contemporáneas como Julian Assange y Manuel Zelaya, estas situaciones, han sido marcadas por estrategias políticas, tácticas psicológicas y, en muchos casos, prolongadas estadías en territorio diplomático.
El caso Noriega en la Nunciatura Apostólica
Nadie conoce mejor esta historia, que los propios panameños. En diciembre de 1989, el exgeneral panameño Manuel Antonio Noriega, acobardado por la invasión estadounidense que lo derrocó, buscó refugio en la Nunciatura Apostólica de la Santa Sede de Panamá.
10 días después, se rindió y se entregó a las fuerzas estadounidenses, poniendo fin a la invasión de Panamá y una fallida estrategia de buscar asilo en la sede diplomática para escapar de su destino. Antes de su rendición, Noriega enfrentó tácticas de guerra psicológica, como música ensordecedora de rock, para persuadirlo de que se entregará.
Luego, la historia se escribió con Noriega detenido y enjuiciado en Estados Unidos por tráfico de drogas, purgando condenas internacionales y años después murió fuera del poder, sin pena ni gloria.
Julian Assange: 7 años de encierro en una embajada
El hacker australiano Julian Assange, fundador de WikiLeaks, se asiló en la embajada ecuatoriana en Londres en agosto de 2012, para evitar su arresto por una orden de captura por supuestos abusos sexuales emitida en Suecia.
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Su temor principal, era ser extraditado a Estados Unidos, donde enfrentará cargos de espionaje por la filtración de cables diplomáticos y documentos de Seguridad Nacional. Pasó siete años encerrado en la sede diplomática y aunque el régimen izquierdista de Ecuador le otorgó asilo diplomático, su estatus fue retirado en 2019.
Desde entonces Assange fue arrestado en el Reino Unido y tiene pendiente una posible extradición a Estados Unidos.
Manuel Zelaya y sus meses en la embajada de Brasil
A este expresidente que quería permanecer en el poder más tiempo de lo que la ley le permitía, los cálculos de asilo en embajada, tampoco le salieron bien. Manuel Zelaya quiso prolongar su estadía en la presidencia de Honduras mediante una “urna extra” que le permitiera reelegirse y un mal día amaneció en pijamas en otro país.
El golpe de Estado aplicado en junio de 2009 por los militares hondureños para evitar que Zelaya alineará al país a las dictaduras del bloque del entonces emergente chavismo de Venezuela, llevó al expresidente a acciones audaces como regresar desde Nicaragua a Honduras y buscar el asilo en la embajada de Brasil para que le permitieran regresar al poder.
Sus cálculos eran que el pueblo, al enterarse de su regreso, saliera a las calles a pedir su retorno al poder y recuperar la presidencia. A diferencia del caso Martinelli, Zelaya no buscaba abandonar el país, sino regresar. Su estancia en la embajada brasileña se prolongó desde septiembre de 2009 hasta enero de 2010, cuando pudo salir de la embajada al aeropuerto, gracias a la mediación del presidente entrante, Porfirio Lobo.
Historia del asilo diplomático en América Latina
Casos como el de Martinelli que busca impunidad a una condena por corrupción y salvando las distancias con otros casos políticos de nacimientos como el de Assange o Zelaya, esconderse en una embajada y buscar refugio para aplicar asilos políticos, han sido una constante en América Latina desde el siglo XIX.
La tradición de solicitar asilo en embajadas de América Latina se remonta a 1889 con el Tratado de Derecho Penal Internacional de Montevideo. Convenciones posteriores, como la de La Habana (1928) y Montevideo (1933), sentaron las bases para el asilo diplomático en países y sedes internacionales.
Uno de los casos emblemáticos fue el del político socialdemócrata peruano Víctor Raúl Haya de la Torre, fundador del partido Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), quien se refugió en la embajada colombiana en Lima en 1949.
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Perseguido por la dictadura de Manuel Odría, la reclusión diplomática de Haya de la Torre duró cinco años. En 1954, la Convención sobre Asilo Territorial de Caracas reflejó la experiencia latinoamericana, especialmente el caso “Haya de la Torre”, llevado ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ).
Eso ocurrió cuando Colombia, le concedió asilo diplomático al opositor peruano en su embajada en Lima y por más de dos años, intentó negociar sin éxito, la concesión de un salvoconducto otorgado por Perú, para sacarlo del país y llevarlo a Bogotá.
El asilo ante la CIJ
Lima se negó y Colombia decidió llevar el caso ante la jurisdicción de la Corte Internacional de Justicia. Dos años más tarde, la CIJ estimó que la decisión de Colombia no era conforme al derecho en el que supuestamente se ampara, ya que no estaba demostrado que hubiera un derecho universal al asilo diplomático y no podía obligar a Perú, a que le concediera el salvoconducto.
Sin embargo, en uso de sus típicas sutilezas en el lenguaje, la CIJ prosiguió la sentencia explicando que Colombia no tenía la obligación de restituir a Haya de la Torre a Perú e indicó que lo correcto, sería alcanzar una solución concordada entre las partes vía negociación.
Permanencias prolongadas en embajadas: otros casos notables
La historia ha sido testigo de estadías prolongadas en embajadas, unas en situaciones similares a las de Martinelli en la embajada de Nicaragua, otras nada parecidas.
Afganistán: En 1992, el presidente Mohamed Najibulá encontró refugio en el local de Naciones Unidas en Kabul. Pasó cuatro años allí hasta que los talibanes lo secuestraron y ahorcaron.
Argentina: El caso del presidente argentino Héctor Cámpora, acogido en la embajada mexicana en Buenos Aires en 1976, es otro ejemplo: 43 meses de encierro en la sede diplomática.
China: En 1989, el físico disidente Fang Lizhi, se refugió en la sede estadounidense en Pekín. Logró salir un año más tarde.
Guinea Bissau: El presidente Joao Bernardo Vieira, derrocado por una junta militar, halló amparo en la sede diplomática de Portugal en Bissau. Pudo salir del país al cabo de un mes.
Hungría: Tras la revolución de 1956, el cardenal Jozsef Mindszenty vivió 15 años en la embajada de EE.UU en Budapest.
Líbano: En 1990, el general cristiano Michel Aun se alojó durante 10 meses en la embajada de Francia en Beirut. Luego fue obligado a exiliarse.
Perú: En diciembre de 1996, un escuadrón del Movimiento Revolucionario Tupac Amaru, asaltó la residencia del embajador de Japón en Perú y secuestró a cientos de personas. La toma duró 4 meses hasta que el Ejército de Perú, asaltó la sede, liquidó a los 14 terroristas y liberó la sede diplomática y a los rehenes.
Zimbabue: Morgan Tsvangirai, primer ministro en la actualidad, se alojó durante una semana en la embajada de Holanda en Harare en 2008, cuando era el jefe de la oposición.