Oscar René Vargas
Con la represión a la Iglesia católica Ortega ha decidido «trancar el juego político» y forzar a que se barajen nuevamente las piezas del ajedrez político, cueste lo que cueste, en el escenario nacional. No se trata simplemente de un «dictador belicoso» que abre frentes por doquier, sino de que ya no le interesa la actual situación política tal como está y eso, según sus cálculos, tiene que cambiarla ahora y no dentro de cuatro o cinco años, cuando tenga que implementar la sucesión dinástica.
Ortega creó la dictadura para sus intereses y ahora quiere levantar cortinas de hierro justo ahí donde las derribó de todo vestigio de democracia. Con la represión en contra de los líderes políticos, los ONG´s, los medios de comunicación independientes y en contra de la iglesia, terminando esa «ambigüedad política» de querer presentarse como una democracia y perseguir abiertamente el objetivo de instaurar una dictadura dinástica. Es lógico que Ortega rompa con todo ya que la alianza con los poderes fácticos (gran capital más iglesia) no la ha podido reconstruir de acuerdo a sus intereses.
En Nicaragua, la iglesia católica es un poder fáctico fuerte y con gran influencia en todos los sectores sociales tanto rurales como urbanos, sobre todo en los más vulnerables que representan el 80% de la población. Ese poder tiene su influjo en los lugares más apartados del país a través de las radios y las misas. Ortega quiere anularlo, neutralizarlo a través de la represión. Al escalar la campaña represiva Ortega apremia el objetivo de llegar a una negociación con el Vaticano o con la Conferencia Episcopal de Nicaragua (CEN) que culmine con el exilio del Obispo Rolando Álvarez, como sucedió con el Obispo Silvio Báez. La otra posibilidad sería expulsarlo del país como hicieron con el Obispo Pablo Vega en 1986 “suspendiéndole el derecho a permanecer en el país”.
La tercera posibilidad es que comiencen a citar a la policía a los ciudadanos/ciudadanas que se han manifestado en apoyo al Obispo Álvarez para amedrentarlos/atemorizarnos con el objetivo evitar que las protestas se propaguen. El temor de la dictadura se basa en que el 22 de julio hubo una procesión multitudinaria del Divino Niño en Matagalpa en donde participaron unas 10 veces más de personas en comparación al número de participantes en la marcha que organizó el régimen del 19 julio.
Ortega está consciente que se pueden arreciar las sanciones internacionales, pero si no le tocan el aspecto fundamental (préstamos, ley RENACER y CAFTA) piensa que puede sobrevivir. Ortega ha decidido rediseñar las relaciones internacionales, avivar viejos recuerdos históricos con EE.UU. y querer, al mismo tiempo, redefinir su relación con EE.UU., aprovechando la crisis internacional de Ucrania y Taiwán y cobijarse bajo el paraguas que le pueden proporcionar tanto China como Rusia.
En definitiva, Ortega patea la mesa política, no a pesar de las dificultades financieras o comerciales que esto trae, sino justamente a partir de ellas mismas, porque bajar los niveles de represión política favorecería al resurgimiento del movimiento social, que mantiene un espíritu de lucha en contra de Ortega demostrado, recientemente, en Sébaco y para el régimen sería el “cisne negro” que quieren evitar; Ortega sabe que no puede frenarlo desde la estabilidad democrática y la “sana competencia política”.
A corto plazo la represión de Ortega parece muy ofensiva y riesgosa por el aislamiento que se va a incrementar. Pero, a largo plazo, tiene que ser vista más bien como defensiva porque su objetivo es bloquear el juego político ante el acelerado crecimiento de la descomposición de sus bases sociales, que podría sobrepasar, en pocos meses o años, dependiendo de la estrategia de la oposición la estabilidad del régimen y acelerar su implosión.
La apuesta de Ortega es frenar el avance del descontento social antes de que tenga un efecto dominó en su base social, que se disparó como respuesta al conflicto político desde el 2018. El incremento de la represión generalizada del último año es sin duda un raro “fin de la cohabitación” con los poderes fácticos. Dado que no existe una lucha entre sistemas o modelos políticos contrarios, sino entre distintas formas de gestionar el sistema.
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La reciente alianza estratégica establecida de Ortega, con Rusia y China, ya había marcado una nueva cancha geopolítica, incorporando a Nicaragua como país activo en la actual contienda internacional en la Ortega desea introducir al país en el nuevo teatro de operaciones que se expande con la “ruta de la seda” diseñada por China. Su alianza con Rusia y China está adosada/respaldada por un falso «oxígeno nacionalista», que posiblemente le permita conservar su base social.
A Ortega no le conviene un conflicto con EE.UU. Tampoco le conviene que las sanciones se intensifiquen en el campo comercial y financiero ni mucho menos atizar ahora un conflicto en el campo económico, pienso en el CAFTA o los préstamos de los organismos financieros internacionales. En esa perspectiva, Ortega ha cometido el error de trancar el juego político. Como se dice en el dominó: «quién va ganando la partida, no tranca el juego». Lo que nos demuestra que al trancar el juego demuestra que no va ganando la partida, mostrando su talón de Aquiles, su debilidad estratégica.
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Pienso que EE.UU. va a actuar en la lógica de no permitirse, en el ajedrez geopolítico mundial, de perder un peón en su “Mare Nostrum” con repercusiones negativas y fatales en la región centroamericana a sus intereses, lo cual va a obligarlo a presionar más a Ortega. Posiblemente va apremiar a EE.UU. a aupar una reconsideración sobre su relación con Ortega y actuar de diferente manera, cuyo régimen es reconocido como dictatorial por la mayoría de los países latinoamericanos y europeos.
Ortega se encuentra en una encrucijada, no debe alterar la estabilidad económica, comercial y financiera con EE.UU. que le da tantos dividendos al evitar un desplome económico del régimen, pero tampoco puede consentir a ser permisivo con el resurgimiento del movimiento social que provocaría su caída. Ortega se encuentra en un dilema y ha optado por “trancar el juego político” con la intención de permanecer en el poder calculando que EE.UU. no va a cambiar cuantitativamente su relación y el estatus actual con Nicaragua.
Dada las condiciones del “entroncamiento del juego político” es posible que el próximo paso de la Administración norteamericana puede ser aún más atrevido, promoviendo un “cisne negro” en el ámbito económico o político. Ortega es conocido por su falta de sabiduría y soberbia, por lo tanto prevemos que continuará en su estrategia de “el poder o la muerte” por el temor a que sí permite cualquier resquicio o abertura en el juego político nacional se acelere el proceso de “implosión” interna de la dictadura. Parece un juego pero no lo es.