Asamblea General de la ONU
En la 79 asamblea general de la ONU, la representación de la dictadura de Daniel Ortega llegó a lloriquear demandando el fin de las sanciones, impuestas por la violación de derechos humanos.

En un espectáculo que bordeó lo patético, el canciller de la dictadura nicaragüense, Valdrack Jaentschke, llegó a la 79 Asamblea General de la ONU a llorar, rogando a la comunidad internacional que retire las sanciones impuestas por las flagrantes violaciones de derechos humanos cometidas por el régimen de Daniel Ortega.

En su intervención, Jaentschke imploró a los países desarrollados que levantaran las sanciones que, según él, asfixian a Nicaragua y otros países del «Sur Global».

Sin embargo, la ironía no pasó desapercibida. Las sanciones que Jaentschke suplicó que se retiraran, fueron precisamente por informes exhaustivos de las mismas Naciones Unidas.

Expertos de esa organización ha documentado minuciosamente crímenes de lesa humanidad perpetrados por la dictadura de Ortega y su brutal pareja, Rosario Murillo, contra su propia población civil.

Hipocrecia y victismo del espía

Durante su intervención, cargada de hipocresía y victimismo, Jaentschke no mencionó los presos políticos, los exiliados forzosos ni los miles de nicaragüenses víctimas de desapariciones forzadas, torturas y ejecuciones extrajudiciales.

Este ex agente de la inteligencia sandinista, conocido por su historial oscuro en la década de los 80, no es ajeno a los movimientos turbios del régimen.

Como espía y operador político, a Jaentschke lo rechazaron como Secretario General del Sistema de la Integración Centroamericana (SICA), al no contar con el respaldo regional debido a sus vínculos con la represión y el espionaje dentro de la dictadura sandinista.

Aún así, Ortega lo mantiene al frente de la diplomacia del país, una diplomacia manchada por la persecución y el silencio impuesto a los disidentes y organizaciones de la sociedad civil.

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Se guardó las causas de las sanciones

Lo que Jaentschke no explicó es que las sanciones internacionales no son meras acciones arbitrarias como él lo plantea, sino medidas de presión ante las graves violaciones de derechos fundamentales.

En lugar de asumir la responsabilidad por los abusos del régimen, Jaentschke se dedicó a culpar a las naciones desarrolladas, argumentando que “el Sur Global” sufre por un “modelo económico egoísta e inhumano”.

Su discurso estuvo lleno de contradicciones: mientras lloraba por la falta de cooperación internacional, omitía que la represión sangrienta en Nicaragua es la verdadera razón de su aislamiento.

La intervención del canciller terminó como un lamentable intento de lavar la cara de un régimen que, bajo el mando de Ortega-Murillo, está señalado de crímenes atroces contra su pueblo, delitos que ni siquiera las lágrimas de Jaentschke podrán borrar de la memoria de la comunidad internacional.

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