Los domingos en Masaya, más que silenciosos, son ahora tristes. Hace años que esta ciudad dejó de ser lo que era. Amanece y el sol parece levantarse tarde, los negocios de fiesta de 24 horas, acostumbrados a irrespetar el reloj, padecen en algunos lugares de una timidez inusual, con la música de sus parlantes a volumen bajo.
Este día, normalmente dedicado al descanso familiar, a las compras de mercado, a las visitas familiares y a los arreglos de algún desperfecto en la vivienda, no puede comenzar para la mayoría de los masayas sin antes haber ido a misa. Así era antes y así sigue siendo. Van allá y vuelven a casa a tomarse en serio la idea del séptimo día, que según la biblia, es el día que Dios descansó después del árduo trabajo de la creación.
Pero últimamente, los domingos en esta ciudad, parecen más un Jueves Santo de los años 40. Callado, calmo. “Esta ciudad hace rato es un pueblo en paro”, dice don Fabio, un hombre que dice haberlo vivido todo a los 70 años y que nada se compara con la tristeza que al menos él dice, respira en la Masaya que lo vio nacer y ahora envejecer. “Esto está como pesado el clima, desde que la gente se arrechó hace cinco años”, señala.
Don Fabio se refiere al levantamiento social de abril de 2018 y en el que Masaya destacó como la ciudad que históricamente ha sido, rebelde, indoblegable. Resistió y pagó con la vida de muchos de sus hijos esa resistencia, pero no doblegaron su moral y sigue siendo “tan altanera” como en el pasado cuando también le plantó cara a la dictadura de Somoza, como lo hace con la actual, la de Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo.
En perenne asedio
Pero este domingo, ni es Semana Santa en Masaya, ni es un domingo cualquiera. Es 19 de noviembre. Hacía unas horas apenas, una nicaragüense de una ciudad vecina, Diriamba, se había alzado con la corona de la mujer más bella del universo. Masaya amaneció desvelada, como seguro lo hizo el país entero ese día.
A las 10:35 de la mañana en San Miguel, una de las zonas más comerciales que se sitúa entre el parque central y el mercado “Ernesto Fernández”, destaca entre el sonido de las bocinas de carros y motos, el ruido de los pasos de los caballos cocheros y los gritos de los vendedores, las campanas de la parroquia San Miguel que anuncia la misa del día.
En el templo hay movimiento y por sus puertas abiertas, todas de par en par, la gente empieza a ingresar; familias enteras, unos con niños, y ancianos bien acicalados. Los más pudientes, aparcaron sus vehículos cerca de la edificación y otros caminaron hasta allá, persignándose al llegar como si se tratara de un rito obligado.
Frente al templo, se divisa el parque que llaman “Las Madres”, un espacio que “fue guarida” de paramilitares desde donde los armados mantenían vigilado al sacerdote Edwing Román, su antiguo párroco. Ahora luce como un área de recreación de niños bajo el control de un guarda que se pasea por todo el lugar.
Un sacerdote y diez madres presos
La parroquia de San Miguel Arcángel fue una de las más perseguidas, asediadas, e incluso atacadas por la Policía durante y después de las manifestaciones del 2018. El ataque más recordado fue el de noviembre de 2019, cuando el padre Román, permaneció secuestrado en su propia parroquia junto a diez madres de presos políticos que exigían por entonces con una huelga de hambre, la libertad de sus hijos y de más de 120 reos de conciencia.
En esos días, la policía del régimen acordonó el perímetro del templo y no permitió que nadie ingresara y que nadie saliera. El Cardenal Leopoldo Brenes y otras autoridades del clero, mediaron para obtener la liberación del sacerdote quien urgía de atención médica por el deterioro que le causó el encierro. Durante esos días, el régimen cortó el fluído eléctrico y el agua potable. Una crueldad que todo el país siguió día a día, hace tres años.
Este domingo de noviembre, varias señoras que asisten a misa encienden velas y permanecen en silencio frente a San Miguel Arcángel, un santo en el que muchos católicos de esta ciudad, ven otro símbolo de resistencia. La imagen yace en su nicho, pero hace meses, su altar se exhibe cerca de una pequeña imagen de María, la madre de Jesús.
“Es la Medalla Milagrosa, nos recuerda las apariciones de la Virgen María en 1830 a santa Catalina Labouré en París, Francia, y que celebramos en estos días”, dice una de las religiosas después que enciende una vela de color blanco. “Es por la paz que tanto necesitamos aquí”, dice a manera de explicar el color de la vela.
Leer además: Dictadura retira a su embajador en Argentina previo a toma de posesión de Milei
Son las 11:00 de la mañana y de repente suena un canto que anuncia el inicio de la misa de ese domingo. Los asistentes se ponen en pie para recibir al celebrante, el párroco Ramón López, quien en menos de dos meses, cumplirá dos años de haber recibido la dirección del templo donde por años ofició el padre Román, ahora en exilio forzado.
Nadie olvida
Han pasado cinco años y nadie olvida lo que este pueblo ha vivido. Las paredes de este templo son testigos silenciosos de aquella rebelión de jóvenes y viejos que gritaban: “¡Viva Nicaragua libre!”, al mismo tiempo que lanzaban globos de color azul y blanco, que volaban desde el campanario del templo y que después, policías seguían en toda la zona para hacerlos estallar.
Un día eran globos, otro, eran papelillos tambien de color azul y blanco, por lo que el régimen ordenó mantener rodeada la edificación religiosa y de sus atrios secuestró a varios jovenes que fueron acusados en juicios con falsos testigos y condenados a puertas cerradas.
Pero este domingo de noviembre, el templo parece más grande de lo que era antes. La asistencia es rala. “Muchos se han ido al exilio y otros sienten que venir a misa los pone en peligro, pero rezan en casa, tiene sus altares porque la fe en San Miguel Arcángel sigue intacta”, dice doña Lucía, quien perdió un pariente en las matanzas de la llamada “operación limpieza” que significó el asesinato de varios opositores y que ordenó Daniel Ortega y su esposa Rosario Murillo meses después del levantamiento social de abril de 2018.
En 55 bancas con capacidad para un promedio de 220 personas sentadas, este domingo se sientan unos 150 católicos, entre ellos muchos niños y niñas, pocos jóvenes. En su mayoría los asistentes son adultos y adultos mayores. “Los jovenes son los que más han sufrido la persecución, los han reprimido como han reprimidos a los sacerdotes, mejor que no vengan”, dice doña Lucía, que agrega que en sus 57 años, no habia visto tanto odio contra la iglesia Católica en Nicaragua.
Leer también: Se derrumba negocio de Ortega con migrantes
Este día el padre celebra en compañía de tres monaguillos, dos de cinco candelabros colgantes se encienden en paralelo con diez abanicos de techo interior para ahuyentar el calor, aunque la mañana está fresca, no hay sol y el calor es soportable.
Luego de las primeras palabras del cura, una voz masculina se escucha cantar mientras suavemente, un acompañante toca las cuerdas de una guitarra. Los asistentes no lo dejan solo y juntos le piden al “Señor piedad” por los actos malos de la semana, seguido de otro canto en el que enaltecen su misericordia y que en el himnario de la misma es titulado “Gloria”.
Un domingo de bautizo
Al finalizar los cantos, tres damas suben al ambón para dar paso a la “liturgia de la palabra”. La Primera Lectura, seguido del Salmo responsorial y luego una Segunda Lectura. Al concluir, las damas bajan todas en fila, hacen las reverencias ensayadas y regresan a sus lugares.
Le toca al sacerdote la lectura principal, la que esta vez cuenta la parábola de los talentos del ser humano. El evangelio habla sobre la responsabilidad, la diligencia y el uso adecuado de los dones con los que nace el hombre. Inevitablemente menciona en su reflexión a la nicaragüense Sheynnis Palacios, quien había ganado la corona de Miss Universo 2023 hacía unas pocas horas de ese día. “Todos nos alegramos por el logro de esta muchacha”, dice el religioso, quien a continuación, invita a la feligresía a vivir la fiesta de Cristo Rey.
Un perifoneo se oye en las calles e interrumpe la prédica del sacerdote. Seguido de la voz inaudible para los asistentes a esta misa de domingo, se oye el sonido de una banda filarmónica y de fondo, fuertes estruendos de bombas que acompañan un baile callejero, una antigua tradición de los masayas: el Baile de Negras. El grupo de gente, no parece caer en gracia por quienes son; fanáticos del régimen que reprime en esta ciudad y que llevan su bullicio a las afueras del templo como parte de una provocación, un ataque más a la fe católica.
Pasado el alboroto, adentro, en el templo, un señor de unos 70 años de edad lucha para no quedarse dormido, mientras un matrimonio joven, vestidos de blanco y negro intentan controlar la fatiga de su hijo, un niño que esta vez visten de tunica blanca porque será bautizado. Leonardo fue el nombre escogido por los padres aún imberbes. Antes de seguir la misa, el padre López invita a la feligresía al bautizo.
Leonardo se asusta al ver al cura acercarse, pero se siente confiado porque su madre y su abuela materna no lo sueltan. “De ahora en adelante reciben la obligación de instruir a Leonardo en la fe, padres y padrinos”, les dice el religioso. Tras unas letanías y el credo recitado en voz alta, Leonardo es ungido con aceite y mojado con agua. Desde ese día es un catolico más.
El padre López pide por las ofrendas del día y pasa a lo que llama la Liturgia Eucarística que consagra el pan y el vino, que según las enseñanzas del cristianismo, representan el cuerpo y la sangre de Cristo. Nadie olvida aquí que el padre Román, acostumbraba este momento para orar por los asesinados durante las manifestaciones antigubernamentales. Pero ahora es un tema prohibido, que se paga con secuestro y cárcel. “Pedimos por ellos en silencio”, dice un universitario de Monimbó que va a misa al menos una vez al mes.
Entre la paz y la guerra
Antes de comulgar, el padre López pide que los presentes se den “fraternalmente la paz”. Él la pide para el país, y “para el mundo entero” para evitar hostigamientos.
El régimen de Daniel Ortega dice que el país vive en paz, pero su esposa y vocera, Rosario Murillo, siempre está amenazando con castigos a enemigos de su gobierno que no nombra. No hay día que en su alocución de cada mediodía, no se deshaga en ofensas de todo tipo contra ellos. Es raro, porque dentro del país ya no dejaron con quien pelear, tras destierros, expulsiones y exilios forzados.
Después de comulgar el padre bendice a los presentes. Para concluir, les anuncia que se realizará una kermés a beneficio del pago de aguinaldo de colaboradores de la parroquia y para cubrir parte de las fiestas marianas de este diciembre, en el que el régimen ha dicho está prohibido sacar las imágenes del templo así sea la de la Virgen María.
El padre les recuerda también que la iglesia aún tiene pensado seguir con el proyecto de restauración de la Capilla del Santísimo que tiene un valor que supera los 100 mil córdobas, además de los víveres que se necesitan para los enfermos. Los pedidos “en metralla” parecen subir el sopor de la hora y los asistentes empiezan a verse incómodos. Ya quieren irse.
Leer además: Mons. Silvio Báez: «Vivamos atentos para no ser engañados por los poderosos»
El templo se vacía en minutos y solo quedan Leonardo y los miembros de su familia que parecen competir entre ellos para sacarle la mejor foto con el cura y sus monaguillos. Unos que otros, ajenos al bautizado, se han quedado. Algunos solo por curiosidad pero otros permanecen de rodillas frente al altar mayor. Don Juan es uno de ellos, se persigna y se va. Este domingo, pidió por su hijo que lleva el mismo nombre, explica para este reporte.
“Él está en México va buscando cruzar para trabajar para sus dos hijas que dejó aquí con la esposa”, dice. “A la mamá la tengo malita, enferma y yo ya no puedo trabajar. Ya no me dan, no hay en qué, esto está fregado”, se queja .“Ojala y San Miguel lo haga llegar con bien al muchacho y todo esto cambie, así el otro domingo vengo a darles las gracias”, dice.
Voces en Libertad