Voz de América
José Bernard Pallais, un opositor nicaragüense de 70 años, describe como «agridulce» la sensación que siente en estas fiestas del fin del año 2023.
Por un lado, dice que disfruta de su libertad después de que el gobierno de Daniel Ortega lo mantuvo en una cárcel de máxima seguridad por más de un año en Managua, pero por otro, tiene nostalgia porque está lejos de su familia.
«Hoy estoy libre, pero lejos de mi familia, mis costumbres. Mi matrimonio de 47 años. Un matrimonio en que nunca nos hemos separado hasta ahora obligadamente, primero por la cárcel y ahora por el exilio forzado», dijo Pallais a la Voz de América.
Pallais forma parte de los 222 prisioneros políticos liberados por el gobierno de Ortega en febrero de este año. El gobierno estadounidense acogió a personas como Pallais en virtud del beneficio migratorio conocido como «parole humanitario«, un programa que busca fomentar la migración regular.
Todos fueron trasladados desde Managua a Washington en un vuelo chárter.
El gobierno de Nicaragua les retiró la nacionalidad a los 222 opositores, incluido Pallais, alegando «traición a la patria».
«Yo sigo siendo nicaragüense a pesar de esa decisión», afirmó. «Extraño la cultura de mi país, las actividades religiosas, yo no he dejado de ser nicaragüense».
Pallais vive en Miami, Florida, junto a algunos familiares que le han abierto las puertas. Él dice que tiene esperanzas de retornar a su país. «Estas fiestas de fin de año serán atípicas, primero estuve en la cárcel, luego desterrado, pero no pierdo la esperanza en que retornaré con vida», declaró.
Opositores no han logrado la reunificación familiar
Tras su destierro, varias familias han logrado reencontrarse en Estados Unidos gracias al parole humanitario.
Yoel Ibzan, también del grupo de 222 opositores excarcelados y enviados a EEUU este año, se reencontró con dos de sus hermanos en Maryland. Ibzan pasó dos fines de año en la cárcel. Había sido detenido en noviembre de 2021 antes de las elecciones presidenciales de ese año en Nicaragua y descritas por parte de la comunidad internacional como «una farsa».
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«Las fiestas de fin de año pasados fueron muy difíciles. En la prisión esas festividades no existen. El hecho de poder pasarla nuevamente con mi familia es una gran bendición. Estoy en mejores condiciones psicológicas y emocionales, aunque siento nostalgia por mi país», dijo a la VOA.
«Se me vienen a mi mente los recuerdos de mi niñez, cuando pasaba en familia con mi abuela, la comida, ahora no puedo hacer esto porque no puedo volver a mi país», concluye con nostalgia.