El 8 de octubre de 2019 fue un buen día para los masayas y uno malo para el jefe policial más despreciado del país, el comisionado Ramón Avellán. Se desahogaron: le lanzaron bolsas de agua y le gritaron ¡Asesino!, ¡Terrorista!. Pidieron que se fuera y el hombre a quien acusan de 107 asesinatos de opositores del régimen Ortega-Murillo, no tuvo más remedio que huir entre sus escoltas, pero mojado.
“No fue nada en verdad”, dice un masaya que no olvida aquel día que junto a decenas de católicos y tradicionalistas asistían a la procesión de San Jerónimo, el Santo Patrono de esta ciudad. “Debería estar preso o peor aún, que Dios me perdone…”, dice al mismo tiempo que se persigna, como una forma de espantar el mal pensamiento. “…A este hombre –continúa– le tiramos bolsas de agua, pero él nos lanzó balas”, señala.
Después de esa vez, pocos recuerdan a San Jerónimo en las calles. Eso, aunque el mismo comisionado Avellán hasta cargó su imagen a finales de 2018 después de las matanzas que lideró junto a paramilitares para mantener a Daniel Ortega y a Rosario Murillo en el poder. Los cargadores fueron obligados a cederle unos segundos “de zarandeo” para que los medios oficialistas lo grabaran y lo mostraron en videos como un devoto más, pero con el uniforme con que jaló el gatillo varias veces contra el “pueblo rebelde”.
Esa imagen del jefe policial cargando la piaña del llamado “Doctor que cura sin medicina”, buscaba dar la idea de que el régimen no solo había ganado una guerra que se inventaron, sino que la gente celebraba con “los libertadores” o “los héroes de la paz” como los bautizó la vocera gubernamental Rosario Murillo. El tiempo mostró sí que los libertadores del régimen, son fanáticos que ejecutaron crímenes de lesa humanidad, según el primer informe que en marzo de este año hizo público el Grupo de Expertos de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, (Grhen), por sus siglas en inglés.
El pueblo que entristeció
No hay certeza de que el incidente contra el comisionado Avellán generara lo que vendría después, que ha sido una escalada represiva contra la iglesia Católica, los sacerdotes y la prohibición de sus actos de piedad como las misas y procesiones. Los analistas dicen que es una secuela de la guerra que Ortega declaró aquel 19 de julio de 2018, en el que acusó al clero de ser parte de quienes lo querían sacar del poder, solo por invitarlo a que por la paz en el país, cediera a elecciones libres anticipadas.
El país estaba ensangrentado entonces y la democracia y los derechos civiles hechos trizas, aun así Ortega no solo no oyó los consejos de los religiosos, se lanzó contra ellos, ordenó secuestros y cárcel contra todo aquel que tan solo pensara que debía dejar de ejercer el poder en Nicaragua y se igualó al mismo dictador que dijo combatió en sus tiempos de guerrillero.
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“Masaya es un pueblo entristecido”, dice Alberto, hijo de una promesante que por razones de seguridad pide no ser identificado. “Aquí murió mucha gente y las fiestas son reprimidas, la gente anda siempre con miedo, ya no es como antes, hay gente que ya ni va a las fiestas. Han sido cinco años en los que todo cambió”, asegura. “De pronto hasta las imágenes quedan presas, una barbaridad, es cosa de gente desquiciada”, acusa.
Este municipio tiene 185 años de haber sido elevada a ciudad y 23 años de haber sido declarada por ley de la Asamblea Nacional Capital del Folklore Nicaragüense. Es dueña de una larga historia de resistencia indígena, cuna de rebeldes que le han plantado cara a las dos dictaduras más recientes que ha padecido el país, la de la familia Somoza y la de la familia Ortega-Murillo. Eso explica que ordene vigilancia a cada cuadra de la ciudad y mantenga una silenciosa represión.
Ciudad bullanguera pero…
Masaya es también una referencia en todo el país por sus largas fiestas religiosas y otras de carácter popular que hacen honor a su noble y laborioso pueblo.
Se caracteriza por ser una reserva inagotable de cultura viva, expresada en sus tradiciones y manifestaciones socioculturales que conservan en su esencia elementos de la cultura prehispánica y colonial. Su gente, ha demostrado ser fiel devota de sus tradiciones y amante del folclor, así como de las herencias populares de sus antepasados.
Sin embargo, desde que la ciudad creyó en su justo derecho, como lo hizo todo el país, de rebelarse a un poder que se ejerce mal contra sus ciudadanos, la popularidad y el festejo cultural vive bajo una severa amenaza que lo mantiene “asfixiada”. Daniel Ortega los quiere controlar y ellos no se dejan. El régimen ha politizado las tradiciones y ellos callan, les dan la espalda o participan con la máscara del güegüense, la misma que fabrican sus artesanos.
La última acción represiva fue contra las imágenes de sus santos. “Lo que le han hecho al patrono es lo que más duele”, dice doña Engracia, que no recordaba un solo año de sus 45, que no fuera a pagar la promesa de bailarle al santo en las calles de la ciudad donde nació. La primera vez que lo hizo, se recuerda a ella, a su mamá y a su abuela, vestidas de huipil, “pintarrajeadas todas” y cargando una diminuta réplica de un viejecito calvo y barba blanca.
“Mi mamá decía que mi abuelita ofreció la promesa porque ella casi se muere de sarampión”, contó la promesante. “El doctor que cura sin medicina (San Jerónimo) la sacó de la tumba”, relató. “Pero uno ya no puede ir a pagar la promesa porque al Tatachombo no lo dejan salir, áhi queda en la iglesia. Entonces yo lo bailo aquí en la casa”, explica.
¿Cree que Masaya ya no es la misma? ¿Sus fiestas ya no son las mismas? –le preguntamos a doña Engracia–. “Es una ciudad diferente, se respira temor sabe, hay bullas, pero no es la bullanguera de mis mamá, de mi abuela, ni mía, algo nos quitaron y creo que nos siguen quitando”, responde.
Primera razón: “el intento de secuestrar la fe”
Doña Engracia cree que hay más de una razón por la que los masayas no están tranquilos. Los católicos y tradicionalistas de esta ciudad se enorgullecían cuando cada año anunciaban la celebración de todas sus fiestas en honor a su Santo Patrono, San Jerónimo. Y es que además, las celebraciones a San Jerónimo son consideradas las más largas del país.
Inician el 15 de agosto con la llamada “pedida de licencia” que es la petición que hace el Mayordomo de las Fiestas para que la parroquia de el “ok” a las fiestas a través de un acto de bendición, y concluyen el último domingo de octubre. Cada 30 de septiembre, se realiza su procesión principal.
Pero la iglesia Católica tiene prohibido sacar al santo. El régimen castiga a la imagen y a su pueblo, porque el clero decidió no callar ante la represión, y se colocó del lado de la gente que sufría. En esta ciudad, muchos sacerdotes como el padre Edwing Román, antiguo párroco de la iglesia San Miguel Arcángel, sirvieron como mediadores para lograr la liberación de manifestantes detenidos por la Policía del régimen.
Esa participación, le costó la persecución y el asedio de la dictadura. Incluso el padre Román se encuentra viviendo en exilio forzado, tras sufrir asedio y encierro en su templo hasta por semanas. La tradicional “pedida de licencia” dejó de hacerse porque las autoridades locales orteguistas, que siempre asumían la mayordomía, han recibido instrucciones del régimen de ignorar al clero. Es por ello que ahora, las fiestas patronales inician con la bajada de San Jerónimo el 20 de septiembre.
Antes, la tradición era subir al santo a su Altar Mayor el último domingo de octubre, sin embargo, la práctica actual es que San Jerónimo regrese a su nicho los 7 de ese mes, el día de su Tradicional Octava. La medida fue adoptada porque en Masaya, igual que en todo el país, el régimen prohibió las procesiones.
“Ésta sigue siendo una fiesta que proyecta la cultura, la devoción y la tradición de los masayas, a pesar del control que quiere ejercer la dictadura sobre las actividades religiosas”, dice un tradicionalista que pide hablar con identidad reservada. “Aunque nuestro Santo Patrono está preso, eso no ha quitado la devoción del pueblo, podrán secuestrar la imagen, pero no la fe”, destaca.
En 2020 y 2021, por prevención sanitaria ante el flagelo del Covid-19 que en Nicaragua dejó hasta julio del año pasado 6.066 muertes por el virus y afectó hasta esa fecha 32.650 personas, según el Observatorio Covid-19 de médicos independientes, la iglesia Católica suspendió las actividades masivas.
Sin embargo, el régimen, que no reconoció nunca esas cifras de la organización sanitaria, organizó su propia actividad en 2021, “clonó” un San Jerónimo con apoyo del Torovenado “El Malinche”, dirigido por la concejal sandinista Martha Toribio e hicieron su propia procesión sin la bendición de la iglesia, pero con el apoyo económico y logístico de la alcaldía sandinista. Ello pese a que el mismo alcalde, Orlando Noguera, había fallecido por Covid-19, un año antes, el 1 de junio del 2020.
Al régimen no le importó las muertes por pandemia, como tampoco las que había provocado en las embestidas policiales y parapoliciales del 2018, las que solo en Masaya, dejó 34 personas asesinadas según informes de organizaciones de derechos humanos, que denunciaron la funesta “operación limpieza” de Ortega y Murillo.
De acuerdo a los informes de esos días de la Asociación Nicaragüense Pro Derechos Humanos (ANPDH), se sumaron seis muertes más en sus municipios como Masatepe (3), La Concepción (2) y Niquinohomo (1), para un total de 40 manifestantes asesinados por la dictadura en los primeros 8 meses de la rebelión cívica. Las actualizaciones que se hicieron después de 2018, sumaron al menos diez víctimas más.
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Marimba a “volumen bajo”
Una tradicionalista recuerda que antes de 2018 Masaya recibía con marimba y filarmónicos a cientos de feligreses que llegaban desde los diferentes departamentos del país. La ciudad albergaba a decenas de autobuses con devotos que llegaban a acompañar a San Jerónimo en su tradicional procesión del 30 de septiembre, considerada una fiesta solemne para “Tatachombo”.
Sin embargo, en los últimos años, esta expresión de fe cambió, incluso por la prohibición de las procesiones, afirma la tradicionalista. No obstante, los masayas aún celebran a su santo con bailes tradicionales como la conocida “danza de negras”, que es una expresión cultural que se remonta a comienzos del siglo XX, allá por la década de 1900, según un historiador consultado.
La danza o Bailes de Negras, como también se le conoce, es una representación escénica exclusiva de la capital del folclore que devela la facilidad del ciudadano por hacer sátira, burla y algarabía, algo que solo los masayas saben hacer bien. Esta expresión, se hace forma tímida en algunas calles y concluye el último domingo de noviembre, a diferencia del tradicional Torovenado.
Segunda razón: “humor reprimido”
El Torovenado es la segunda razón que demuestra que los masayas intentan hacer que su algarabía resista al control y la represión del poder. El historiador de este municipio cuenta que El Torovenado, nace en el barrio indígena de Monimbó, uno de los barrios de este municipio, fuertemente atacados por la dictadura en 2018. Las expresiones culturales del El Tornovenado, se desarrolla durante las fiestas de San Jerónimo.
Esta es una manifestación cultural propia de Masaya que sirve para hacer parodia de lo social, religioso y político del país. Es ahí donde parte la idea de que en Masaya, existen las fiestas religiosas más largas del país, porque una actividad le sigue a la otra, siempre en las festividades del patrono.
El historiador describe al Torovenado como una “manifestación colectiva y popular” que se caracteriza por la parodia y la burla “al poder”, incluso se dice que es “una apoteosis del ridículo y una mezcla cultural”, pues se ridiculiza a personajes sociales, influyentes tanto locales como internacionales, autoridades de gobierno, artistas y trabajadores de instituciones estatales.
“Nuestro pueblo se enfrenta a los conflictos sociales con humor y con picardía. El Torovenado funciona como parodia, ironía, sátira y burla, teniendo como objetivo la degradación o desvalorización de la víctima. Su mismo nombre lo indica; Torovenado, es humor con resistencia que se inicia cuando se da la relación entre los oprimidos (el pueblo-venado) y los opresores (autoridades-toro)”, explica el historiador.
Abel es un tradicionalista de Monimbó. Asegura que esta fiesta se caracteriza por ser una procesión de algarabía, lo cual “es nato de un masaya”. Reveló que antes de 2018, la alcaldía convocaba a los participantes meses antes y les daban un presupuesto simbólico para ayudarlos con la música para la procesión de los Agüizotes y El Torovenado, pero todo eso cambió con la represión gubernamental.
Contó que hace cinco años, los disfraces de Daniel Ortega y Rosario Murillo, la pareja dictatorial de Nicaragua, eran comunes en la fiesta de El Torovenado. Incluso, destacaban mucho más frente a personajes tradicionales y representativos de la ciudad. Sin embargo, “nadie se atreve a un atuendo” como ese. “Bueno, parodiarlos a ellos sería una cárcel segura”, afirma Abel. “Aquí vivimos bajo un ambiente represivo”, dice. “La gente anhela hacer esta sátira (política) sin embargo, es peligroso”, advierte.
En la actualidad, el Torovenado “El Malinche”, que es financiado con las arcas del pueblo de Masaya, es considerado el único que realiza su desfile de parodia el tercer domingo de noviembre, sin hacer burla a los políticos. En el caso del Gran Torovenado del Pueblo, el cual era el más importante en Masaya hasta 2018, dejó de salir a las calles por la represión de la dictadura.
Tercer razón: “la toma de las festividades”
Cada quinto domingo de cuaresma, la parroquia de Santa María Magdalena de Monimbó en Masaya, recibe a cientos de promesantes que se hacen acompañar de sus mascotas, especialmente perros, disfrazadas de diferentes personajes. Es una de las manifestaciones populares y religiosas más coloridas y originales que existen en Nicaragua, con más de 200 años de celebración.
Es una devoción a San Lázaro, el patrono de todos los perros. Una de las fiestas más importantes de esta ciudad, que no ha escapado a los cambios que dejó la represión del 2018. Su escenario principal es Monimbó también, el aguerrido barrio que en 1979 luchó, se fajó contra la dictadura somocista y en 2018 no titubeó en alzarse contra el sandinismo que mantiene ahogados los derechos humanos en Nicaragua y secuestrada la democracia.
Marta que tiene tres años llevando a su perro a las fiestas de San Lázaro, explica que ya no existe la sátira en la actividad y que la mayoría se concentra en la devoción y agradecimiento por los favores recibidos por el santo. “Hay miedo a disfrazar a los perros y la gracia es la sátira local. Si hay sátira con temor, mejor que no haya”, dice determinada.
No obstante, simpatizantes del régimen y la alcaldía se esfuerzan para que haya desfile con perros disfrazados. Es más, para volverlo más atractivo; promueve premiar los disfraces más “exóticos” no los más graciosos como ocurría en el pasado. “Ellos se cuidan de no burlarse de los represores actuales”, señala.
Antes la iglesia acogía el fervor religioso. Cada año el sacerdote de la parroquia salía al encuentro de los promesantes con la imagen del santo y los acompañaba por las calles, pero desde que en 2018 el régimen profanó esta iglesia y golpeó al sacerdote durante el levantamiento de tranques, San Lázaro no sale de su templo.
Los sones de marimba y las danzas tradicionales en honor al santo permanecen a lo interno del templo, mientras la alcaldía en compañía del Intur (Instituto Nicaragüense de Turismo) organiza sus actividades en los alrededores de la iglesia.
“El promesante iba con su candela, sombrero, su alforja y su camisita campesina, ese es el traje original y así vestía al perrito promesante. Hoy cambió todo, ya los visten de halloween, los visten de payasos, de princesa, de mujer Maravilla, ya no hay sátira, no hay devoción, se ha vuelto un relleno nada original”, critica otra tradicionalista de esta ciudad.
Para relegar a la iglesia Católica
Antes de 2018, la alcaldía se prestaba para fomentar el festejo religioso y rescatar el turismo en esta ciudad, pero ahora busca organizar sus propias actividades y relegar a la iglesia Católica. Incluso, las autoridades sandinistas se han encargado de dirigir una campaña para contrarrestar la religiosidad en honor a San Lázaro, y en su lugar promover diferentes actividades políticas con el apoyo del Intur.
En 2021 y en medio de la pandemia del Covid-19, la comuna de Masaya también utilizó a la cofradía del Torovenado “El Malinche» para sacar su propia procesión con su propia imagen de San Lázaro, como ocurrió con San Jerónimo.
El montaje religioso se hizo acompañar de un entarimado instalado frente al templo de Monimbó para contrarrestar el fervor al santo. “Lo de San Lázaro ha aminorado porque la gente que sabe de fe, sabe que ha cambiado la tradición por culpa del régimen. Lo que vemos es además vulgaridad y consumo de bebidas alcohólicas, no hay alegria del pueblo, no hay fe”, critica Marta.
En las fiestas de San Lázaro también se repartía “chicha de maíz” hecha por promesantes, pero ahora lo hace la alcaldía. En cinco años, el régimen mantiene una lucha constante por adueñarse de las festividades religiosas y convertirlas en mítines y actos políticos donde los más venerados sean “los santos de El Carmen”, Ortega y Murillo.
Cuarta razón: “prohibido hacer morteros”
El régimen también reprimió a Masaya, al restringir y controlar la fabricación de juegos pirotécnicos, un arte que además de ser una tradición era para muchas familias una forma de ganarse la vida. La razón: en 2018 los manifestantes utilizaron morteros y juegos pirotécnicos, más las famosas “bombas molotov” para defenderse de los ataques armados de la policía del régimen y sus paramilitares.
Aunque el registro de estas fábricas artesanales no rolan en los informes policiales anuales, los masayas contaron para este reporte que los talleres que siguen trabajando, lo hacen bajo vigilancia estricta de la Dirección de Registro y Control de Armas de Fuego, Municiones, Explosivos y Materiales Relacionados (DAEM), de la policía del régimen.
Bajo estricto anonimato señalaron que la policía, les exigió cierre a los talleres que estaban ubicados en Monimbó y en el centro de Masaya. El cierre sería definitivo si les probaban que apoyaron la resistencia contra el régimen. A otros les dieron la opción de trasladarse a las afueras del municipio, con el argumento que solo debían funcionar “en zonas alejadas y seguras”.
“Desde los años 60 existían varios talleres de pólvora aquí en Monimbó, incluso después del 79 continuaron funcionando, pero con el sandinismo fueron removidos. A otros los cerraron y les prohibieron abrir definitivamente, no los dejaron trabajar y hasta los amenazaron con cárcel”, dijo un artesano que ahora tiene un tramo de granos básicos para ganarse la vida.
“Es que el control del régimen sobre los talleres de pólvora incrementó después de 2018. Aquí en Masaya, aún está prohibido la elaboración de morteros”, dijo Ramón, quien también por años trabajó en un taller de Monimbó. “En Masaya está prohibido que vos llegués y digas ‘hagamos morteros’, eso pone en peligro el permiso del taller. A la policía deben informar lo que venden y a quién le venden. Por eso en Masaya están prohibidos los moteros, solo se elaboran cohetes y se vende pólvora china ya”, detalla Ramón.
Después de 2018, la policía no solo prohibió los morteros, también las cargascerradas artesanales, propias de las procesiones religiosas. “A muchos la medida los hizo fracasar”, dice Ramón. “Y aunque hubieran permisos para hacerlas, no hay procesiones, entonces nada, nos han quitado la algarabía y nos han callado”, se queja.