Baéz Silvio José FB

El obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Managua, Silvio José Báez, afirmó el domingo que “es más fácil escondernos que dar la cara para comprometernos en favor de la justicia y el respeto a los derechos humanos”.

En su homilía del domingo relacionada con el evangelio de la conocida como la “parábola de los talentos” (Mt 25,14-30), Báez dijo que cada ser humanos es una especie de “inversión” de Dios y que no puede guardarse lo que el Señor le ha dado para hacer un mundo mejor o mostrarse indiferente ante las injusticias. 

“Al crearnos el Señor se ha arriesgado a hacer su más importante operación financiera. Somos la más preciada “inversión” de Dios. Cada uno de nosotros es una inmensa riqueza”, dijo Báez en la iglesia Santa Agatha en La Florida.

Añadió que nadie debe considerarse tan pobre como para no poder dar algo que enriquezca a otros y haga mejor el mundo. Nadie debe verse tan inútil como para no preguntarse cuál es su misión en la vida y comprometerse a hacer aquello que nadie podría hacer en su lugar. “Todos somos inmensamente valiosos”, dijo.

No escondernos ni ser indiferentes

El obispo Auxiliar, explicó que aunque Dios ha dado todo por amor, sin pedir nada a cambio, espera que los seres humanos respondan de la misma manera: Con amor y  no tanto por él, que no necesita nada, sino por la humanidad misma.

“Sabemos que es más fácil escondernos en la comodidad de nuestro egoísmo que correr el riesgo de amar, de dar y de compartir. Sin embargo, cuando escondemos lo que somos y tenemos, nos arriesgamos a perderlo todo”, dijo Báez.

“Sabemos que es más fácil escondernos que dar la cara para comprometernos en favor de la justicia y el respeto a los derechos humanos. Es muy arriesgado, es más seguro escondernos, ver hacia otro lado y callarnos para no tener problemas”, sostuvo. 

Sin embargo, explicó que escondiéndose y callándose el ser humano no será más feliz ni ayudará a mejorar el mundo. “Cuando enterramos lo que hemos recibido, cuando enterramos lo que somos y tenemos, enterramos la propia vida”, afirmó.

Asimismo dijo que la vida no es para conservarla obsesivamente, sino para darla haciendo el bien y sirviendo a los demás. “La vida es para arriesgarla luchando por hacer más humano el mundo y más feliz la vida de los otros”, manifestó.

La comodidad versus el sufrimiento

A la vez el purpurado que los creyentes no pueden enterrar la vida ni la fe bajo el conformismo y la indiferencia, ya que es muy tentador vivir evitando problemas y defendiendo nuestro propio bienestar. 

“Es muy cómodo dejar que las cosas ocurran, que los demás sufran y que la sociedad vaya a la deriva. La comodidad de cruzarnos de brazos y vivir nuestra vida sin complicarnos, es un riesgo permanente. Pobre de nosotros si enterramos el talento. Es la mejor forma de vivir una vida estéril, pequeña y sin horizonte”, advirtió.

No dejarnos dominar por el miedo

Báez quien se encuentra en el exilio después que el Papa le pidió salir de Nicaragua en abril del año pasado, dijo que el miedo no hace bien, porque  encierra a la persona en ella misma, le impide ser desprendida, hace que distorsione la realidad y puede llevarla a vivir con permanente desconfianza frente a los demás y frente a Dios.

“En el peor de los casos el miedo hace que deformemos a Dios y lo imaginemos duro y exigente. Dios no es un tirano que atemoriza a los hombres buscando egoístamente su propio interés, sino un Padre que le confía a cada uno el gran regalo de la vida”, dijo.

“Jesús -añadió- nos imagina dispuestos a correr riesgos y superar dificultades para colaborar activamente para que el mundo sea más dichoso y la Iglesia más servidora y profética”.

Báez explicó que si el comportamiento de un cristiano católico es como el de la mayor parte de la gente, dejándose llevar pasivamente por lo que dice la mayoría, por la moda o por la ideología dominante, estamos enterrando el talento. 

“Si nos dedicamos a acumular, en vez de ser solidarios con quienes están pasando necesidad, estamos enterrando el talento. Los talentos se vuelven productivos cuando seguimos sin miedo los impulsos más nobles del corazón iluminados por la fe”, concluyó. 

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