En Nicaragua morirse hoy es más triste hace unas semanas. No hay espacios para despedidas, ni abrazos que presagien el adiós final. Los pacientes llegan a los centros, los reciben -en algunas ocasiones la mujer o el hombre que con mal humor atiende en la emergencia- y en otras personas vestidas con trajes blancos parecidos a los de los astronautas.
Algunos tienen una lucha de días contra el enemigo invisible, pero para otros es asunto de horas. Pierden la vida y son enterrados inmediatamente y de noche, sin tiempos para lamentos ni consuelos grupales, propios de un velatorio de esos tradicionales de los barrios, comarcas o colonias del país. Sus minutos después de pasar a otra vida no dan chance ni para el café, pues su sepelio es express.
“No dio tiempo para nada con Guerrero, murió en la tarde y por la noche estaban enterrándolo, fue duro para todos los que lo conocíamos, un hombre entero que merecía vivir más”, dijo a Café con Voz, una de las vecinas de esta víctima mortal de Covid19 habitante de la colonia Colombia, cerca de Don Bosco en Managua, a la que le diagnosticaron «pulmonía».
“Yo lo miraba todos los domingos en la misa de las 5 pm en Don Bosco y jamás me imaginé que podía morirse por esto y que ni siquiera se pudiera velar”, añade la mujer que recuerda que Guerrero trabajaba en Enatrel hasta que luego de la insurrección de abril, fue despedido.
Una camioneta con tres vehículos se ve llegar al cementerio general a las 10 de la noche. Ahí va Guerrero a su última morada, sin espacio para más. Se cierran las puertas del panteón y las palas a lo largo, ponen fin visible a su cuerpo inerte de 40 años que yace en la bóveda.
La nueva Carreta Nagua
Imágenes nocturnas de camionetas con ataúdes y los mismos hombres vestidos de blanco custodiando los féretros en Managua, Chinandega, León, Masaya y Nindirí, entre otros municipios, son propios de una moderna Carreta Nagua del nuevo siglo.
“Son imágenes de espanto, morirse en Nicaragua es una cosa cada vez más lúgubre no hay tiempo para nada más que para eso: Morirse, por eso hay que evitar a toda costa enfermarse”, reflexiona el sociólogo Cirilo Otero, quien afirmó que el actuar clandestino de los que ostentan el poder, demuestra que nunca han cambiado, ni de guerrilleros, ni en la Revolución, ni como oposición y ni volviendo al poder.
“Esos entierros de noche no deben de asustarnos, son propios de un actuar oscuro, (propio) de su esencia, lo más terrible es que a estas alturas, lo que vemos en el manejo de cifras, estadísticas económicas, sociales y electorales, en manejo de la cosa pública, ahora lo vemos en este accionar repudiable”, añadió Otero.
La plática común
En los barrios las pláticas sobre los muertos o enfermos por Covid19 se multiplican. “Se murió don Agustín, ¿Viste que se murió doña Esperanza? Henry estaba joven, pero no aguantó, doña Gertrudis no murió de pulmonía, ella tenía Coronavirus”, son parte de conversaciones cada vez más frecuentes y comunes entre los nicaragüenses.
Algunos de los fallecidos son acompañados por unos cuantos de sus cercanos como fue el caso de Guerrero, mientras que a otros el infortunio les acompaña más allá de la muerte, porque son dejados caer en los hoyos de la sepultura sin una lágrima que la moje rogando a Dios su descanso eterno. ¡Que solos se quedan los muertos!
“Tienen dos horas para enterrarlo por su cuenta, sino lo hacemos nosotros, pero no se puede velar”, orientan gélidos funcionarios a los dolientes cuando les informan que su pariente o cercano, murió de cualquier cosa, pero no de la peste que asola al mundo. Los más humildes sólo aceptan que los entierren ellos, porque no es fácil pensar en un sepelio en dos horas.
“Las autoridades del Manolo Morales nos dijeron que se había muerto de neumonía, pero que no lo podíamos velar, darle el último adiós, inclusive nos clavaron el ataúd porque no lo podíamos abrir y nos mandaron directamente al cementerio”, relató al medio alemán Deutsche Welle, uno de los familiares de Roberto un mecánico que presentó todos los síntomas de Covid19.
Atrás de las puertas de los centros de salud u hospitales a los que ingresan febriles y con dificultad para respirar, quedan el perdón que a lo mejor querían pedirse o darse con sus cercanos, los besos, abrazos, caricias y palabras que siempre quisieron expresar, pero que por orgullo o pena, quedaron bloqueadas. Todo eso lo ahoga la puerta que separa el sitio al que entran a confinarse con la esperanza de volver con vida para completar lo pendiente.
Esa es la Nicaragua de hoy, donde morirse es más triste que hace unas semanas. Las cifras mortales por Covid19, aumentan en el clandestinaje, disfrazadas de neumonía atípica, paro cardíaco, insuficiencia respiratoria o “neumonía adquirida en la comunidad”.
Lo cierto es que todas las víctimas de esas muertes acaban enterradas de forma expedita, los que tienen suerte con la luz del sol y acompañados de alguien que llore su partida, los otros hundidos en la más absoluta oscuridad, en manos de desconocidos vestidos de blanco, mandados por dos criminales en el poder que ponen a circular la nueva Carreta Nagua.