Por Juan Sebastián Chamorro
A propósito del contexto político actual y de la conmemoración del 43 aniversario del asesinato de Pedro Joaquín Chamorro Cardenal hace dos semanas, se ha hablado mucho de la importancia del rol unificador que él desempeñó entre la oposición nicaragüense. Lamentablemente, esa aseveración no es precisa y apenas parcialmente cierta.
El asesinato del Mártir de las Libertades Públicas, sí generó un proceso irreversible que terminó con la dictadura de Somoza Debayle. Pero la lucha que libró durante gran parte de su vida para consolidar la unidad de la oposición, estuvo lejos de ser un camino fácil.
El 22 de enero de 1967 marcó el fin de su relación con Fernando Agüero Rocha. Cuando después de la matanza de ese día, –si es que no lo había hecho antes—el líder de entonces se mostró complaciente y colaborador con Somoza Debayle.
Agüero oficializó la traición con la firma del pacto del Kupia Kumi (un solo corazón en misquito). Acuerdo político que le aseguraba al carismático líder conservador un puesto en la Junta de Gobierno. Al aceptar ese “hueso” que le ofreció la dictadura, Agüero se graduó de zancudo con las máximas calificaciones; y con su decisión se llevó consigo al Partido Conservador, que nunca más se recuperaría políticamente.
Muchos traicionaron al mártir
Ese pacto concedió a opositores cercanos a Pedro Joaquín –algunos de ellos amigos personales–, una razonable cuota de poder, expresada en asientos en el Poder Legislativo. Recuerdo que en mi niñez escuché muchas pláticas familiares en las que hablaban de como fulano o zutano lo habían traicionado.
Ver que muchos de sus compañeros, con los que por décadas luchó contra la dictadura, se acomodaron a un arreglo con Somoza Debayle, le generó muchas contradicciones y decepciones. Fueron pocos los que se quedaron dando la batalla con él hasta el final. El más notable fue el doctor Rafael Córdova Rivas; de quien es preciso resaltar la firmeza de la lucha que compartía con Pedro Joaquín.
En sus últimos años de vida muchos vieron como intransigencia la firmeza con la que Pedro Joaquín siempre rechazó todo arreglo que no garantizara la democratización de Nicaragua.
Pero la escasez de logros que Pedro Joaquín acumuló en su lucha con consolidar la unidad, no fue provocada por su supuesta intransigencia; sino por dos aspectos claves: El radicalismo ideológico que reinaba en ese momento. La Guerra Fría estaba en auge y predominaba el sectarismo, que dificultaba el diálogo interno.
El segundo está relacionado a la cultura política nicaragüense, cultura de división que aún perdura. Por lo que la descripción sobre los sentimientos que movían a los políticos de su época –que dejó para la posteridad en su Diario Político– sigue siento tan válida como hace décadas. “La incomprensión, la envidia, posiciones anti pragmáticas…. han sido el comején de la oposición”.
Fue rechazado, separado y combatido
Por sus orígenes, de los que nunca se sintió avergonzado, fue rechazado por el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y se fue separando de los Conservadores al rechazar sus tendencias pactistas.
Luego fundó la Unión Democrática de Liberación (UDEL), como experimento unificador, pero esta también enfrentó dificultades. Eso lo llevó a decir: “UDEL está siendo combatida a fondo, y es muy posible que la despedacen…Además me siento rodeado y deprimido. La amenaza de la Juez, la censura, los ataques del FSLN, el ataque de los socialcristianos y ahora de los conservadores. Es como para declararse exiliado. Se pierde el tiempo, es decir la vida”.
Evidentemente Pedro Joaquín libraba dos luchas. Una contra la dictadura y otra contra la cultura política nicaragüense, caracterizada por el personalismo, el sectarismo y el fraccionamiento.
En ese proceso de unificación estaba, cuando en la mañana del 10 de enero de 1978, las balas asesinas terminaron con su vida. A partir de ahí, el pueblo, los liderazgos políticos y toda Nicaragua se levantó unida por el cambio.
La revista Time lo dijo de la manera más clara posible: “Lo que no pudo lograr en vida, lo logró con su muerte”.
Palabras similares expresó Mundo Jarquín: “…su trágica desaparición lograría la unidad nacional que en vida nunca vio, por los fraccionalismos, personalismos, ambiciones y miseria moral que han dominado nuestra política.”
Concretemos la unidad sin ofrendar otra vida
Dos motivos me impulsaron a escribir estas líneas. Primero, el rigor histórico del legado de Pedro Joaquín. La unidad efectivamente la logró, pero ocurrió solo después de su sacrificio. Por eso al principio de este escrito expreso que es parcialmente cierto que Pedro Joaquín fue el unificador de la oposición. Si unificó, pero no logró verlo en vida.
Si bien en la actualidad predominan diferencias ideológicas, estas no son tan marcadas como las de hace 43 años; al menos en el sentido de que ahora es posible un mejor diálogo. Por la gravedad que representa la dictadura para el futuro de Nicaragua; debe ser suficiente aliciente para posponer la discusión de temas que nos dividen para cuando hayamos recuperado la libertad. Este es un elemento positivo que no debemos perder de vista.
El segundo motivo por el que escribí estas reflexiones, es resaltar que ni siquiera el político más venerado del último medio siglo, pudo vencer el sectarismo y fraccionalismo que nos caracteriza políticamente. Tuvo que morir para lograr su objetivo. La unidad de propósitos ha sido la excepción más que la regla.
Ojalá que en esta encrucijada en la que nos encontramos actualmente frente a una nueva dictadura, predomine la excepción, es decir la unidad, para que podamos concretarla sin tener que ofrendar la vida de otro mártir.