El párroco de la iglesia Santa Agatha en Miami, Marcos Somarriba, dedicó su homilía a reflexionar sobre las Bienaventuranzas y su mensaje de justicia social, en un llamado de esperanza para los pueblos oprimidos.
Somarriba dijo que la enseñanza fundamental sobre la vida cristiana y es una enseñanza humanizante, la bienaventuranza de quienes confían en el Señor y la advertencia para aquellos que ponen su seguridad en el mundo y su poder, especialmente cuando es mal habido y conquistado a base de mentiras y engaños.
«Las lecturas nos invitan a examinar en qué o en quién estamos depositando nuestra confianza y qué camino estamos siguiendo en nuestra vida. Quien a Dios sigue dará frutos buenos, quien sigue a otro/a persona, opresores, quien sigue a una entidad, poder, dinero mal habido, dará frutos malos, frutos amargos como es el sufrimiento injusto de muchos sometidos a la fuerza por gente sin escrúpulos llenos y guiados por espíritus inmundos y malignos», dijo Somarriba.
Añadió que la liturgia y muy concretamente el evangelio, ofrece uno de los textos más impresionantes de la historia de la humanidad, por el que muchos han dado su vida y por el que otros han detestado al cristianismo, a la misma humanidad y a Jesús de Nazaret.
Los oprimidos y los encaramados
«El texto de las bienaventuranzas de Lucas es sin adornos, dialéctico, radical. Pero en el fondo se trata simplemente de describir dos ámbitos bien precisos: el de los desgraciados de este mundo y el de los bien situados y encaramados a la fuerza ilegítimamente en este mundo a costa de los otros», indicó.
Somarriba añadió que “Jesús se hizo pobre para enriquecernos, porque es casualmente en el mundo de los pobres, de los que lloran, de los perseguidos por la justicia, donde Dios se revela porque quiere atraer los ojos del creyente donde es necesario y donde se puede emprender el camino arriba «de esta vida sufrida a manos de los encaramados que pisotean a otros para subir y mantenerse arriba».
Lógicamente, continuó el sacerdote. Dios no quiere, ni puede revelarse en el mundo de los ricos, de poder, de la ignominia. «El Reino que Jesús anuncia es así de escandaloso. No dice que tenemos que ser pobres y debemos vivir su miseria eternamente. Quiere decir, sencillamente, que si con alguien está Dios inequívocamente es en el mundo de aquellos que los poderosos han maltratado, perseguido, encarcelado, calumniado y empobrecido», explicó.
«No sirve de nada llenarse los labios de Dios si les cerramos a la fuerza aquellos labios que claman su derecho, no podemos llamar patria bendita si a la vez atropellan su libertad y la justicia haciendo pasar calvarios injustos a sus ciudadanos», advirtió.
¿Dónde buscar a Dios?
Somarriba dijo que el mundo de las bienaventuranzas impulsa a confiar en un Dios que ha resucitado a Jesús de entre los muertos y, por eso mismo, a cada creyente lo resucitará. «Pero a ese Dios ya sabemos dónde debemos buscarlo: no en la ignominia del poder de este mundo, sino en el mundo de los pobres, de los que lloran, de los afligidos y de los que son perseguidos a causa de la justicia: ahí es donde está el Dios de vida, el Dios de la resurrección», dijo.
Junto a las «bienaventuranzas» a los pobres, el evangelista recuerda las «malaventuranzas» a los opresores y poderosos de hoy en turno: «Dichosos los pobres… los que ahora tienen hambre… los que ahora lloran». Pero, «ay de ustedes, los ricos… los que ahora están saciados… los que ahora ríen».
Asimismo explicó que el Evangelio no puede ser escuchado de igual manera por todos, porque mientras para los perseguidos, oprimidos, para los encarcelados por reclamar justicia, para los pobres es una Buena Noticia que los invita a la esperanza, para los de riquezas mal administrada y mal habida es una amenaza que los llama a la conversión, pero en vez de convertirse a lo bueno, a la bondad y a la paz, se convierten al mal, a dominar y manipular la vida de los demás llevándolos al sufrimiento, al dolor, a la cárcel y a la muerte.
«Los pobres, los perseguidos, los oprimidos, los desterrados, los que viven forzados al silencio, nos pueden ayudar a configurar una sociedad y una Iglesia del futuro de manera más de acuerdo a los valores evangélicos. Nos pueden hacer más humanos: más capaces de austeridad, solidaridad y generosidad», aseguró Somarriba.
El abismo que se abre más
De igual manera afirmó que el abismo que separa a los cínicos con dinero mal habido, poder usurpado a base del fusil y los pobres, sigue creciendo de manera imparable y por eso en el futuro será cada vez más difícil presentarse ante el mundo como Iglesia de Jesús ignorando a los más débiles e indefensos de la Tierra.
«O tomamos en serio a los pobres o nos olvidamos del Evangelio, lo Jesús expone hoy es para sanarnos del egoísmo social y personal. La primera parte del discurso comienza con un provocante contraste: “¡Dichosos ustedes los pobres!” “¡Ay de ustedes los ricos!”, estas palabras de Jesús ya traen un reto, llaman a un examen de corazón y de conciencia. ¿Hay que cuestionarse, cual me afecta?, ¿cuál de ellas me revuelve el alma?
«Los que eran perturbados por espíritus inmundos quedaban curados, sabemos que “todos y todas” aquellos/as que hacen el mal, que empobrecen a los pueblos, que los tiranizan, que los persiguen, que los encarcelan, torturan y los descartan a la muerte o al exilio, son poseídos por espíritus malignos e impuros ya que por su mal obrar se delatan lo que realmente está en ellos, les poseen espíritus malignos, que quiere decir, el mal los guía y gobierna sus vidas son cínicos y fríos que no les tiemblan las manos para matar o mandar a matar a alguien que les es contrario o les molesta su reclamo».
En el Evangelio, concluyó Somarriba, Jesús llama dichosos a los pobres, a aquellos que lloran, a los que tienen hambre de justicia y libertad y a los que son perseguidos. Y declara destinados a la infelicidad a los poderosos opresores y ricos, a los que ríen, a los que están saciados o a los que son alabados por todos sus secuaces