En un delirante despliegue de retórica agresiva y belicista, el dictador de Nicaragua, Daniel Ortega, amenazó con enviar «combatientes sandinistas» a Venezuela para defender la llamada “revolución bolivariana” en caso de un conflicto armado.
Durante una cumbre virtual de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), Ortega arremetió con un tono incendiario, característico de su estilo confrontativo, sugiriendo que Nicaragua estaría dispuesta a involucrarse militarmente en una hipotética guerra.
«Si se llegara a dar esa batalla, van a contar con combatientes sandinistas», afirmó Ortega, haciendo alarde de una disposición beligerante que ha despertado críticas y preocupaciones en la región.
Según Ortega, esta supuesta guerra involucraría al ejército de Colombia, a los “asesinos colombianos, a los narcos colombianos”, y señaló que Venezuela debería prepararse para «dar la batalla y derrotarlos».
Ortega como plañidera y con trapos sucios al aire
En su intervención, Ortega no se limitó a amenazar con enviar combatientes, sino que también lanzó ataques verbales contra líderes de otros países de América Latina.
Dirigiéndose al presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, Ortega lo calificó de “arrastrado” y sugirió que estaba tratando de convertirse en el “representante de los yanquis” en la región.
«Te estás arrastrando, Lula, y no me digás que tus gestiones fueron extraordinarias», disparó Ortega, quien como plañidera de quinta, denunció los escándalos de corrupción durante la administración de Lula, como el caso Lava Jato.
El ataque verbal de Ortega hacia Lula refleja su irritación con cualquier intento de intermediación o crítica hacia los regímenes autoritarios de la región.
Acusó a Lula de comportarse de manera “vergonzosa” y de “repetir las consignas de los yanquis y de los europeos”, mientras arremetía contra su supuesto papel como mediador entre el Vaticano y otros líderes internacionales.
Verborrea en un contexto de aislamiento de dictadura Ortega-Murillo
El discurso de Ortega llega en un momento de creciente aislamiento político para su régimen, tanto dentro de Nicaragua como en el ámbito internacional.
Tras la expulsión del embajador brasileño en Managua, en respuesta a lo que Ortega consideró un desaire diplomático, Brasil decidió expulsar a la embajadora de Nicaragua en Brasilia, intensificando aún más la ruptura diplomática entre ambos países.
Esta escalada de tensiones diplomáticas parece ser una táctica desesperada de Ortega para desviar la atención de la crítica situación interna de Nicaragua, marcada por la represión, la persecución política y la violación sistemática de los derechos humanos.
Ortega, cada vez más alejado de los principios democráticos, utiliza amenazas y agresiones verbales como una forma de reafirmar su control sobre su base de apoyo más leal, al tiempo que trata de proyectar una imagen de fuerza y desafío ante sus enemigos políticos.
Sin embargo, sus palabras también reflejan una creciente desconexión de la realidad regional, donde la mayoría de los países buscan estabilidad y cooperación en lugar de confrontación.
Consecuencias de la retórica incendiaria de Ortega
Analistas colombianos y brasileños consideran que las amenazas de Ortega son poco más que bravatas vacías, diseñadas para mantener una apariencia de poder y control en un momento en que su régimen enfrenta un aislamiento cada vez mayor y críticas tanto internas como internacionales.
La retórica de Ortega, lejos de fortalecer sus alianzas, podría tener el efecto contrario, provocando un mayor rechazo y aislamiento en una región que busca soluciones pacíficas y democráticas a sus problemas.
El discurso de Ortega, cargado de insultos y amenazas, refleja la desesperación de un líder cada vez más acorralado por su propio fracaso político y por la resistencia de una población que anhela cambios democráticos y el fin de la represión.
La comunidad internacional, mientras tanto, observa con preocupación las declaraciones belicistas de Ortega, conscientes de que la paz y la estabilidad en América Latina dependen de la moderación y el respeto mutuo, valores que junto a la cordura, parecen cada vez más ausentes en esa dictadura.