El obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Managua, Monseñor Silvio Báez, se pronunció ante el secuestro de más sacerdotes en las últimas horas por parte de la dictadura sandinista. Este es su mensaje íntegro:
En este momento aciago que vive la Iglesia de Nicaragua, me dirijo a ustedes, como Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Managua, haciéndome eco también del sentir de una gran mayoría de sacerdotes nicaragüenses que se encuentran en el exilio que me han animado a escribir esta carta. Deseamos manifestarles nuestra cercanía fraterna y unirnos en oración a ustedes en este momento tan doloroso.
La decisión arbitraria e ilegal de la dictadura sandinista en Nicaragua de mantener a dos obispos encarcelados y de secuestrar a varios de sacerdotes en pocos días, evidencia una vez más su desprecio flagrante hacia los derechos humanos, su falta absoluta de respeto hacia la libertad religiosa y su inquebrantable y permanente odio hacia la Iglesia.
Este odio de la dictadura sandinista hacia la Iglesia es un reflejo de su miedo ante la fuerza liberadora del Evangelio, la luz de la verdad de Jesús y el poder de la oración. Los tiranos son conscientes de que el pueblo nicaragüense ama a su Iglesia y a sus pastores, y les aterra la existencia de un pueblo consciente y movilizado por la fe cristiana, porque es un pueblo crítico, libre y sujeto de su propia historia
Puedo imaginar la impotencia y la tristeza que viven los familiares de estos sacerdotes secuestrados y también las parroquias y comunidades que han sido privadas de sus pastores. Yo también me siento abatido y triste ante semejante injusticia. Todos sabemos que estos sacerdotes son hombres íntegros, pastores buenos y amados por sus comunidades, defensores de la verdad y la justicia. Su detención arbitraria e ilegal no es a causa a ningún delito que hayan cometido, sino una consecuencia de la maldad y la irracionalidad que han oscurecido la mente y el corazón de los tiranos que dominan nuestro país.
Por eso, mi primera palabra es para las familias y las comunidades de estos queridos sacerdotes. No se sientan solos, pues el cariño, la comunión en la fe y la oración de todo el pueblo de Dios está con ustedes. No se sientan angustiados, pues como prometió Jesús, hablando de sus discípulos, a ellos “nadie los arrebatará de su mano” (Jn 10,28). Tampoco se dejen vencer por la tristeza, pues Jesús nos asegura que son dichosos aquellos a quienes “los insulten, los persigan y, mintiendo, digan toda clase de mal contra ellos por mi causa (…), del mismo modo persiguieron a los profetas anteriores a ustedes” (cf. Mt 5,12).
Con la fuerza de Dios, un día nuestros obispos y sacerdotes serán liberados y volverán a ejercer con entrega y generosidad su ministerio al servicio del Evangelio. La Iglesia seguirá viviendo y celebrando; seguirá denunciando las injusticias y agachándose como buen samaritano a auxiliar a las víctimas de los poderes inhumanos; seguirá al lado de los últimos como Jesús llevando luz a las mentes y consuelo a los corazones. Por más que los injustos y violentos le hagan la guerra a la Iglesia, a sus ministros y a todo el pueblo de Dios, ella continuará su misión hasta el fin de los tiempos, porque según las palabras de Jesús: “los poderes el infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 16,18).
El momento de la persecución es también el momento del testimonio y de la fe. Jesús sabía que sus discípulos, como testigos de la verdad, del amor, de la paz y de la justicia, serían víctimas de los poderes despóticos, autoritarios y corruptos: “Los detendrán, los perseguirán (…) y los encarcelarán (…) a causa de mi nombre. Esto les sucederá para que den testimonio de mí” (Lc 21,12-13).
La persecución no es signo de debilidad de la Iglesia, sino de su autenticidad, su vitalidad y su fidelidad a Jesús. Cuando nos tomamos en serio el anuncio de la palabra de Dios, cuando llamamos a las cosas por su nombre y proclamamos las exigencias de la misericordia y la justicia de Dios, tarde o temprano nos volvemos incómodos y corremos el riesgo de ser rechazados o perseguidos por los poderes malvados de este mundo. Por eso, hermanos, este no es momento para desanimarse, tener miedo, callarse o esconderse. Es momento para ser fiel a Jesús y confiar en él, para expresar y celebrar la fe y para denunciar todo lo que se opone al proyecto de Dios.
Los malvados podrán hacer alarde de fuerza bruta en medio de la noche para secuestrar a nuestros sacerdotes, podrán torturarlos y maltratarlos en sus calabozos, podrán interrogarlos para humillarlos, podrán estar pensando en negociar con ellos o desterrarlos o desnacionalizarlos como han hecho con muchos de nosotros. Sin embargo, con dignidad y valentía y diciendo la verdad sin temor, ellos ya están dando testimonio de Jesús y lo seguirán haciéndolo. Ellos no son reos, ni delincuentes, sino hombres de Dios. Son testigos del bien, de la verdad, de la justicia, testigos de Jesús. Estamos orgullosos de ellos y estaremos siempre juntos a ellos con nuestra oración hasta conseguir su libertad la de todos los presos políticos.
Queridos hermanos, de igual modo, el resto de la Iglesia, nuestras parroquias y comunidades, también deben ser fuertes en el Señor, poner su confianza en él, redoblar su oración por los obispos y sacerdotes presos, ofrecer el Rosario a la Purísima, rezar el rosario de la misericordia, practicar el exorcismo de San Miguel y participar con devoción en la eucaristía siempre que sea posible. En modo especial les recomiendo a todos, sacerdotes y laicos, dedicar tiempo a la adoración en presencia de Jesús Sacramentado. La adoración de rodillas ante Jesús nos dará fuerzas para no arrodillarnos ante ningún poderoso de este mundo. Quien adora a Dios en la oración, en la vida no adorará a los ídolos de muerte que nos quieren doblegar.
Lo que a nosotros nos toca, como cristianos, a pesar de lo duro del momento, es responder siempre con la fuerza de la verdad, renunciando a todo tipo de violencia y enfrentando al mal con el bien. “No devuelvan a nadie mal por mal y procuren el (…). No se dejen vencer por el mal, sino vence al mal a fuerza de bien” (Rom 12,14-21).
Finalmente, le pedimos a la comunidad internacional que sea más eficaz en la presión contra la dictadura sandinista de Ortega, que exija la libertad de todos los presos políticos y la restauración del orden democrático en el país. A la Iglesia del mundo entero, le pedimos que vuelva los ojos hacia Nicaragua. No nos dejen solos, ofrezcan su oración por nuestro pueblo oprimido y alcen su voz profética en favor de esta Iglesia perseguida.
Queridos hermanos, aun sintiéndonos embargados por el dolor del secuestro de tantos ministros de Dios por la dictadura, animados por la fuerza del amor salvador de Dios afrontemos el nuevo año que está por empezar con fortaleza y esperanza. Volvamos los ojos a la Virgen María, a la Purísima, Madre de Dios y Madre de Nicaragua, para que nos consuele con su ternura maternal y nos acompañe con su intercesión.