«Dios no nos preguntará por doctrinas, sino por la compasión con la que vivimos». El obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Managua, exhortó este domingo en una maravillosa homilía a vivir más cerca de los pobres y olvidados, a dar de comer al hambriento, de beber al sediento, a vestir al desnudo y visitar al encarcelado, pero hay mucho más detrás de esos gestos, que será realmente lo que valorará Dios cuando estemos delante de él.
Aquí compartimos la homilía que no tiene letra de desperdicio, realmente hermosa.»Dios no nos preguntará por doctrinas, sino por la compasión con la que vivimos»
HOMILÍA DE LA SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO
Miami, 22 de noviembre de 2020
Queridos hermanos y hermanas:
En esta fiesta de Jesucristo Rey del Universo hemos escuchado la grandiosa parábola conocida como “parábola del juicio final” (Mt 25,31-46). En ella Jesús se presenta al final de la historia como rey y juez de toda la humanidad. En ese momento se manifestará la verdad última de la vida y se revelará lo único que queda después que ya no queda nada: solo el amor. Al final de la historia volverá a resonar la pregunta que Dios le dirigió a Caín después que había asesinado a su hermano Abel: “¿Dónde está tu hermano?” (Gen 4,9). En el juicio final será Jesús quien nos haga una sola pregunta a cada uno: ¿Qué hiciste en favor de los hermanos que encontraste sufriendo a lo largo de la vida?
“Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria, acompañado de sus ángeles se sentará en su trono glorioso. Entonces serán congregadas ante él todas las naciones” (Mt 25,31). El juicio será universal. Todas las naciones comparecerán ante Jesús, el compasivo y misericordioso que “pasó haciendo el bien” (Hch 10,38). No habrá distinción de pueblos, ni de razas, ni de religiones. Todos seremos interrogados sobre la compasión hacia los más pobres. Al mismo tiempo el juicio será personal. Jesús, Rey universal, “separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos” (Mt 25,32). Quienes han sido compasivos y han ayudado a los necesitados recibirán la bendición de Dios. Quienes han vivido de espaldas al sufrimiento de los demás serán invitados a apartarse definitivamente de Dios.
¿Qué nos preguntará Dios?
La sentencia emitida por el Rey sobre cada uno no se basa en criterios morales o teológicos. No nos interrogará sobre aspectos doctrinales de la fe, ni sobre devociones o ritos religiosos. Lo que será decisivo es haber vivido con compasión. Al final de nuestra vida lo que decidirá todo será haber vivido sin indiferencia, haber ayudado a quien sufría y haber tendido la mano a los necesitados. Las puertas del Reino se abrirán para quienes han acogido la vida como un don y se han hecho un don para los demás. La única riqueza que conservaremos al final de la vida es el bien que hayamos hecho a nuestros semejantes, el tiempo que hayamos regalado, el pan que hayamos compartido, el dinero que hayamos donado a quienes pasan necesidad, la ayuda que hayamos ofrecido a los que sufren, a los pobres y olvidados.
Sin embargo, todos comprendemos que en el mundo en que vivimos no basta simplemente con dar limosna a un pobre, regalar un poco de alimento a quien toca a nuestra puerta o hacer una donación en casos extremos donde no hay tiempo que perder. Todo esto es válido, muy hermoso y siempre necesario. Pero no basta dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, cubrir al desnudo y visitar a enfermos y encarcelados. En la cultura bíblica la limosna era algo más profundo. En hebreo, limosna se dice sedaqá, que quiere decir justicia. No bastan las acciones asistenciales, hay que construir un mundo más justo. Es necesario cambiar nuestra mentalidad y colaborar activamente en humanizar la sociedad y comprometernos a crear estructuras sociales más justas, más sanas y solidarias, que favorezcan a los más pobres y marginados. En muchos de nuestros países urgen cambios políticos que sanen las instituciones y democraticen la convivencia. Las obras de amor sobre las que Cristo nos va a juzgar alcanzan hoy dimensiones sociales y políticas. Son siempre necesarios los actos de caridad hacia las personas concretas que pasan necesidad, pero «un acto de caridad igualmente indispensable es el esfuerzo dirigido a organizar y estructurar la sociedad de modo que el prójimo no tenga que padecer la miseria» (Fratelli Tutti, 186).
¿Bastará solo con compartir comida o vestir al desnudo?
Compartir nuestra comida con quien tiene hambre será siempre un gesto hermoso y necesario, pero también urge que los gobiernos y las empresas generen suficientes fuentes de trabajo digno y diversificado para que no falte nunca el sustento a ninguna persona ni a ninguna familia. Dar un vaso de agua a quien tiene sed es algo muy noble, pero a nivel social hay que comprometerse por evitar la escasez del agua. Urgen políticas que cuiden de los recursos del planeta ante el impacto del cambio climático y aseguren el abastecimiento de agua potable para todos con un servicio de calidad que nunca debería ser privatizado. Abrir el corazón y el hogar a quien no tiene casa es un exquisito gesto humanitario. Pero a nivel social hay que asegurar a los miles de emigrantes y exiliados que huyen de sus países a causa del hambre o de la muerte, una existencia digna y la posibilidad legal de rehacer su vida y la de sus familias en países extranjeros.
Hay que ayudar a muchos pobres que visten en harapos o a niños que caminan descalzos. Pero también hay que vestir a quienes están desnudos de dignidad y de esperanza. Hay que revestir de humanidad a los últimos de la sociedad, respetando su conciencia y sus derechos. Hay que revestir de dignidad a los más vulnerables, protegiéndolos de toda manipulación en el plano sexual, laboral y social. Hay que atender a los enfermos, cuidar con ternura de sus cuerpos dolientes e infundirles esperanza, como lo han hecho en modo admirable tantos profesionales de la salud en este tiempo de pandemia. Pero también hay que prevenir las enfermedades con políticas de prevención, asegurar un servicio social de sanidad pública digno para todos y muy pronto permitir el acceso gratuito a la vacuna del Covid 19 para todos los seres humanos.
Las cárceles como «venganza social» de dictaduras y la crueldad con presos políticos
Hay que visitar a los encarcelados, como hacen muchos grupos de pastoral penitenciaria en nuestras diócesis. Pero sobre todo hay que dejar de ver las cárceles como instrumentos de venganza social y concebirlas como espacios de transformación humana y reinserción social. Habría que invertir en mejorar las condiciones de vida en las prisiones, eliminar todo tipo de maltrato y respetar los procesos de justicia. Especial mención merecen los presos y presas políticas, existentes en algunos de nuestros países dominados por dictaduras criminales. Privar de la libertad a una persona por expresar sus ideas y manifestar sus opciones políticas, es ofender gravemente la santidad y la bondad de Dios que nos ha creado libres. Es un pecado horrendo. No nos cansemos de alzar nuestra voz y de luchar por estos hermanos que sufren una injusticia tan despreciable y para que desaparezca esta lacra social en nuestros países.
Volvamos al texto del evangelio. Lo más impresionante de lo que dice Jesús en el juicio final es que lo que hacemos o dejamos de hacer con los hambrientos, los inmigrantes indefensos, los enfermos desvalidos o con los encarcelados olvidados, lo hacemos o dejamos de hacer con él mismo. A los pobres y necesitados Jesús los llama “hermanos míos más pequeños” (Mt 25,40.45) y se identifica con ellos. Acercándonos, tocando y ayudando al pobre, nos acercamos, tocamos y nos encontramos con Jesús. Es bueno preguntarnos: ¿cómo es mi relación con los pobres?, ¿estoy haciendo algo por alguien que sufre?, ¿a qué personas puedo yo prestar ayuda? El pobre es como Dios, cuerpo y carne de Dios. El cielo donde el Padre habita son sus hijos. La compasión, la solidaridad, la ayuda eficaz y la lucha por los últimos de la sociedad, no es solo filantropía o compromiso social. Es experiencia de Dios.
Dios es aquel que tiende la mano porque carece de algo. Aprendamos a enamorarnos de este Dios enamorado y necesitado, pordiosero de pan y de casa, que no busca veneración para sí mismo, sino para aquellos que él ama. Los quiere saciados, vestidos, sanos, liberados. Mientras exista un solo ser humano que sufre y padece, Dios seguirá sufriendo y padeciendo. Abramos los ojos y el corazón a Cristo que llora en los pobres y nos pide ayuda en cada necesitado. Jesucristo reina allí donde hay hombres y mujeres capaces de amar y preocuparse de los demás. No olvidemos, las palabras de San Juan de la Cruz: “A la tarde te examinarán en el amor. Aprende a amar como Dios quiere ser amado y deja tu condición”.