El obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Managua, monseñor Silvio José Báez, celebró el domingo una eucaristía de Acción de Gracias por el 40 aniversario de su ordenación sacerdotal, en la cual aseguró que ha vivido momentos muy gozosos, pero también de «oscuridad e incertidumbre».
Ante ello dijo que quiere ser siempre «un pastor cercano al pueblo de Dios».
En la misa celebrada en iglesia de Santa Agatha en Miami, Báez dijo que no podía dejar pasar la ocasión para celebrar con los fieles.
«Deseaba de corazón hacerles partícipes de mi gratitud y de mi alabanza al Señor por haberme llamado al sacerdocio hace cuarenta años. No podía celebrar yo solo, pues ustedes, el santo pueblo de Dios, son la razón última y esencial de mi sacerdocio», dijo el obispo.
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A continución su homilía completa:
Hoy celebro cuarenta años de fidelidad amorosa del Señor en mi vida y de gozoso ministerio como humilde testigo del evangelio y pastor del pueblo de Dios. A lo largo de estos años, Jesús siempre ha estado a mi lado, sosteniéndome con su amor, brindándome consuelo en los momentos difíciles, mostrando su fuerza en mi debilidad y guiando mi ministerio, incluso en los momentos de dificultad y oscuridad.
En estos años he experimentado lo que escribió el Papa Francisco al pueblo de Dios en Nicaragua en diciembre pasado: “En los momentos más difíciles, donde humanamente se vuelve imposible poder entender lo que Dios quiere de nosotros, estamos llamados a no dudar de su cuidado y misericordia”.
Este domingo escuchamos el relato de las bodas de Caná, donde Jesús inició sus signos transformando el agua en vino. Jesús y sus discípulos fueron invitados esta boda y allí realizó su primer signo revelador del amor de Dios en medio de una fiesta. No elige el desierto, ni el Sinaí, ni el templo de Jerusalén. Jesús inicia sus signos en medio de la gente, cantando, riendo, bailando, comiendo y bebiendo en una fiesta.
En la Biblia, el vino simboliza el gozo que Dios promete a la humanidad, la alegría esencial para el corazón humano y el amor que ilumina la vida. El evangelio de hoy nos recuerda que la relación de Dios y la humanidad no es de carácter legal ni penitencia, ni triste. La relación entre Dios y la humanidad es de amor, alegría y amistad gozosa.
La falta de vino en la iglesia y la sociedad
En aquellas bodas, sin embargo, el vino se acaba inesperadamente. Sin vino, el amor y la alegría de la fiesta están en peligro. En la historia humana y en nuestras vidas, a menudo falta el vino. Esto ocurre cuando los problemas nos abruman, el pesimismo vence a la esperanza, los amores carecen de alegría y las ilusiones se desvanecen.
En la Iglesia, falta el vino si la fe se vive sin fuerza interior, la religión se siente como un peso o cuando prevalece el miedo y el egoísmo sobre el servicio y la profecía. En una sociedad, falta el vino cuando no hay voluntad de escuchar, dialogar y ceder en busca del bien común. Una sociedad dividida, triste y oprimida también carece del vino de la vida, la alegría y el amor.
No acostumbrarnos al mal
En las bodas de Caná, la madre de Jesús notó que se había acabado el vino y, sin resignarse, con gran discreción recurrió a su hijo diciéndole: “¡No tienen vino!”. La madre de Jesús se hace portavoz de la pobreza y de la esperanza tanto del pueblo de Israel como de la humanidad. Tampoco nosotros debemos resignarnos a que las cosas vayan siempre necesariamente de mal en peor. No podemos acostumbrarnos a la tristeza, a la disminución de la esperanza y a la falta de amor.
La madre del Señor se dirige a los que servían en las bodas, diciéndoles: “Hagan lo que él les diga”. Es la recomendación simple y sencilla de María, sus últimas palabras en el evangelio. Hagan lo que él dice, crean en su evangelio y practíquenlo, háganlo gesto y cuerpo, sangre y carne.
Y las ánforas vacías del corazón se llenarán. Él transformará la vida, de vacía a completa, de apagada a feliz. Al celebrar hoy cuarenta años de vida sacerdotal, deseo acoger con toda la fuerza de mi corazón esas palabras de la madre del Señor. Como sacerdote, Jesús me llamó a ser uno de los servidores en las bodas entre Dios y la humanidad.
Hoy deseo llenar las tinajas de mi existencia con el agua de la confianza, seguro de que esta confianza se transformará en abundante y excelente vino para todos. Con todas las fuerzas de que soy capaz, deseo entregar de nuevo hoy a Jesús mi vida entera, como lo hice hace cuarenta años con la generosidad y la ingenuidad de mi juventud.
Ahora, con la madurez forjada en estos años gozosos de trabajo pastoral y purificada en momentos de oscuridad e incertidumbre, renuevo mi compromiso de hacer del evangelio la pasión, la luz y el camino de mi vida. Confío en que Jesús sostendrá mi ministerio, convirtiendo siempre la escasez en abundancia, la oscuridad en luz, y haciendo que de lo pequeño surja algo grande.
El pastor cercano al pueblo que sufre
Siguiendo el ejemplo de la Madre del Señor, quien se percató de la falta de vino, no quiero permanecer indiferente ante el dolor y la desesperanza que viven mis hermanos. Deseo acercarme a las periferias de quienes se han quedado sin vino y solo tienen para beber desesperanzas y sufrimientos. Quiero ser siempre un pastor cercano al pueblo de Dios, testigo y servidor de la palabra de Jesús, extendiendo mis manos para bendecir y levantar a quienes pasan necesidad, se hallan alejados de Dios o abatidos por la vida.
Le pido al Señor Jesús fortalezca en mi corazón sacerdotal la confianza, la paciencia y la esperanza. Que como María su Madre en Caná, me acerque a Él cada día para orar e interceder por todos, y viva con un corazón sereno y alegre, sabiendo que el mejor vino está siempre por venir. Que la Virgen María, Madre de los sacerdotes, me ayude a perseverar en mi ministerio con el mismo espíritu de entrega amorosa a Jesús que inspiró mi respuesta hace cuatro décadas.