En más de 60 años no se habían visto imágenes en Cuba como las que el mundo pudo ver el domingo 11 de julio, cuando miles de personas se lanzaron a las calles en más de veinte poblados y ciudades a lo largo y ancho de la isla al grito de «libertad» y «abajo la dictadura».
Las protestas se iniciaron en la ciudad de San Antonio de los Baños, en el suroeste de La Habana y, desde entonces, se extendieron como chispa en polvorín por todo el país. «Vimos la protesta en las redes y la gente empezó a salir. Este es el día, ya no aguantamos más», dijo una mujer cubana a través de las redes. «No hay comida, no hay medicinas, no hay libertad. No nos dejan vivir. Ya nos cansamos», agregó.
Ante la extensión de las manifestaciones, el dictador Miguel Díaz-Canel se presentó ante la televisión nacional para convocar a sus seguidores a salir a las calles a «enfrentar» a los manifestantes.
«La orden de combate está dada: a la calle los revolucionarios», afirmó el mandatario, quien atribuyó la actual crisis que vive la isla al embargo de Estados Unidos y a medidas del gobierno del ex presidente Donald Trump. En un mensaje en Twitter, Erika Guevara Rosas, directora de Amnistía Internacional para las Américas, con sede en México, señaló que «se reportan personas heridas por disparos de la policía, detenciones arbitrarias, amenazas y ataques a periodistas, incluido fotógrafo de la agencia AP, fuerte presencia militar en las calles y un gobierno intolerante».
Previamente, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos denunció haber recibido informes sobre el uso de la fuerza y agresiones en Cuba y reclamó al Gobierno que respete el derecho a las protestas y que se avenga a la apertura democrática del país.
El Gobierno de Estados Unidos dijo estar «muy preocupado» por las llamadas al «combate» que ha hecho el presidente Díaz-Canel, para detener las protestas contra el régimen en la isla, a la vez que defendió la «libertad de expresión y reunión» de los cubanos.
«Estamos muy preocupados por las ‘llamadas al combate’ en Cuba», dijo en un mensaje en Twitter la subsecretaria de Estado interina de la Oficina de Asuntos del Hemisferio Occidental de EE.UU., Julie Chung, que subrayó el apoyo de la Administración estadounidense al derecho de los cubanos a manifestarse pacíficamente.
¿Qué hizo explotar a la gente?
El detonante de la actual situación parece ser, de hecho, una mezcla de la gravedad de la situación con el coronavirus y medidas económicas tomadas por el gobierno que han hecho cada vez más difícil la vida en Cuba.
La isla, que mantuvo la pandemia bajo control en los primeros meses de 2020, vio en las últimas semanas un rebrote que la ha llevado a colocarse entre los lugares con más casos registrados por cantidad de población en América Latina.
Solo el domingo, la isla reportó oficialmente 6.750 casos y 31 muertes, aunque numerosos grupos opositores denuncian que las cifras no dan cuentan de la situación real y que muchos fallecimientos por Covid-19 son atribuidos a otras causas.
Economía muerta
La isla depende en gran medida del turismo, pero con ese rubro en el suelo, el coronavirus ha tenido un profundo impacto en la vida económica y social de la isla, a lo que se ha unido la emergencia de una creciente inflación, apagones, escasez de comida, medicamentos y productos básicos.
La grave situación llevó a la dictadura a promover desde el pasado año la creación de tiendas por monedas libremente convertibles, en la que se comenzaron a vender algunos alimentos y productos de primera necesidad disponibles en una moneda en las que no recibe sus salarios la mayoría de la población.
La pandemia ha sido también sinónimo de grandes colas para que los cubanos puedan comprar bienes como aceite, jabones o pollo y un tiempo los cortes de electricidad se han vuelto cada vez más frecuentes. Los medicamentos básicos han comenzado a escasear tanto en las farmacias como en los hospitales y en muchas provincias han comenzado a vender pan hecho a base de calabaza ante la carencia de harina de trigo.
El internet y las redes
Antes de lo que el mundo vio el domingo en más de veinte poblados y ciudades cubanas, solamente se había registrado una protesta conocida como el «maleconazo» en 1994, cuando la dictadura era dirigida por el criminal Fidel Castro. En aquel entonces el control de la información era férreo y mucha gente ni siquiera se enteró de esa manifestación.
Pese a las restricciones con las que los cubanos acceden a internet y las redes sociales, han usado las plataformas para denunciar su incomodidad con la dictadura al punto que han llevado en muchas ocasiones a las autoridades a responder en sus medios oficiales sobre lo que están comentado los cubanos en medios digitales, en Facebook, Twitter o Instragram.
El acceso a internet también ha llevado a la aparición de numerosos medios independientes que reportan sobre temas que no solían aparecer generalmente en los medios oficiales. Las redes se han vuelto también el canal para que artistas, periodistas e intelectuales reclamen sus derechos o convoquen protestas.
El gobierno de Cuba asegura que las redes sociales son utilizadas por los «enemigos de la revolución» para crear «estrategias de desestabilización» que siguen manuales de la CIA.
Y aunque para muchos las protestas eran de alguna manera previsibles, lo que pasará ahora es una incertidumbre.