Miami, Florida, 22-Dic-2020 | Luis Galeano. – Cada vez que mi esposa me decía que era hora de irnos del país, que quería que nuestro hijo y que mis hijos mayores, vieran a su padre vivo, como un luchador cívico, sobreviviente de una brutal dictadura y no como un mártir en una fotografía, por mi mente pasaba el rostro de los muertos, de los heridos, los desaparecidos, de los encarcelados y de los torturados. No concebía aceptar, la idea de marcharme en busca de mi bienestar y dejar el país en llamas.

Pero ocurrió, tuve que tomar un avión y buscar como seguir vivo y libre. Han pasado dos años después de forzado exilio y sigue siendo duro el levantarme lejos de mi patria, de sus caóticas calles y caminos, de su gente única, de mi casa, mi cuarto, de mis vecinos, amigos y conocidos. Dos años lejos de esa rutina, que a veces se volvía tan repetitiva y cansada, que solo una vez que no la tenés, llegas a extrañar hasta el perro del barrio que le ladra a la llanta del carro todos los días cuando pasas.

Nunca esperé después de los 40, tener que arrancar mi vida de cero. Nuestro mundo se derrumbó, literalmente, la noche del 21 de diciembre de 2018. La Navidad más amarga de nuestras vidas, sin duda.

Vine a Estados Unidos, solo con una maleta, al igual que mi esposa y mi pequeño de solo cinco años. El cariño y cercanía de tanto nicaragüense en Miami, sirvió para sentir menos la hiel del trago de esa realidad que me golpeaba en cada lágrima que brotaba de los ojos de mi esposa, encerrada en un cuarto, atormentada por el amanecer y el anochecer, hundida en lo más profundo de la tristeza y alcanzada por la desesperación, de esa verdad que martillaba como clavo en la cruz: No pueden volver.


Ese calor de los nicas en Miami, desde los conocidos de mi infancia, hasta los que nunca había visto, pero que me abrazaban como que toda la vida habían vivido a mi lado, ayudó a saltar los abismos de la nostalgia, de la melancolía, del desarraigo.


En algún momento tocará escribir un libro con cada detalle, porque hay gente que se merece un capítulo, tanto de Miami como de otros estados, pero debo decir gracias a todos, porque todos sabiéndolo o no, nos ayudaron con una sonrisa o con “adelante”, “no están solos”, “gracias por su trabajo”, “contás conmigo”, entre todo un mar de palabras de aliento.

En medio de aquella tormenta, don Aníbal Toruño, el director de Radio Darío, fue fundamental para levantarme del suelo. Se encontraba en Estados Unidos, y muchas veces antes de la partida, me había preguntado sobre mi situación y si tenía un “plan B”, a lo que respondí siempre que no, porque no pensaba salir de Nicaragua. Pero una vez frente a la verdad, me dijo “tenemos que responder”. Me lo decía el hombre al que criminales del Frente Sandinista, le quemaron su emisora en abril de 2018 y que intentaron que él y su personal ardieran en su interior. Nos vimos en Miami y día tras día, pasábamos horas pensando en qué hacer.

Nos juntamos con Jaime Arellano y éste consiguió que el 31 de diciembre de 2018, nos hiciéramos IV Poder desde Miami, la primera señal de que el conteo del réferi no llegaría a 10. La respuesta de los nicaragüenses en nuestro país y fuera del terruño, estuvo llena euforia, el país Azul y Blanco, agradeció el esfuerzo y pidió seguir la batalla. Podía haber dicho que había hecho lo suficiente y rendirme, pero era peor que dejar al país en llamas, era olvidarme de Miguel, Lucía y de los centenares de presos, de los muertos, heridos, desaparecidos y miles de exiliados.


Solo unos días después don Aníbal recibió un mensaje. Ronald Vallejos, un pastor Evangélico, de San Juan de Limay, Nicaragua, tenía una radio cristiana en línea y la puso a la orden para lo que sirviese. Lo visitamos y literalmente se hizo la luz.


Fue en su estudio donde me di cuenta que Dios abría ese “Mar rojo” y me decía: “Aquí estoy, hagámoslo”. Don Aníbal sonreía con complicidad y con sus ojos invitaba: “Vamos muchacho”.

Y desde entonces hasta hoy, he sentido que ese mismo Dios me ha cargado junto con mi familia en sus brazos, con gente increíble trabajando a mi lado, sobre todo mi esposa, que es mi ayuda idónea, que aprendió el teje y maneje del programa y que lo saca al aire todos los días, el amor de mis hijos, el de mi madre y su infatigable oración, la entrega de cabeza de A.R al cafecito, así como la labor de varios colaboradores anónimos y también visibles como Moisés Mercado.

Hoy, dos años después, con miles de seguidores en redes sociales, con patrocinadores en diferentes partes de Estados Unidos, que han creído que vale la pena apoyarnos como medio independiente, con Patreons que son otra familia maravillosa, con la comunidad de cafeteros y cafeteras. Con gente extraordinaria que se ha vuelto parte de nuestro nuevo núcleo, debo decir gracias, muchas gracias a Dios y a ustedes.


No puedo dejar de mencionar a nuestro amigo y guía espiritual, monseñor Silvio José Báez, quien por cosas que solo Dios sabe, se quedó “entrampado” en Miami, como efecto de la pandemia del Covid-19. Su cercanía, oración y amistad que nos une junto a su familia, son una verdadera bendición.

Estos dos años no han sido fáciles, pero tampoco puedo decir que son comparables a los que han tenido que experimentar mis compatriotas en Costa Rica, aquí en Estados Unidos, dispersos en América Latina o Europa, durmiendo a la intemperie, con dificultades para comer los tres tiempos, víctimas de la discriminación y de la humillación.

Por ellos y por los que están en las cárceles, por los que murieron y claman por justicia, nuestro compromiso es inquebrantable. Estamos lejos de la patria en físico, dormimos y nos levantamos en otro país, pero vivimos en espíritu y alma en Nicaragua. Y seguiremos luchando hasta lograr el objetivo de un mejor país, sin dictadura, con justicia, en libertad y en democracia. La dictadura creyó que al encarcelarnos o sacarnos del país, habrían ganado, pero todos los días, cuando salimos al aire, es una nueva derrota que debe tragarse y tendrá que seguir haciéndolo.


Dos años después, aquí estamos ¡Firmes y dignos!

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